Pero ya en tiempos de Justino Mártir había comenzado el ataque en contra de esta doctrina, que se enlaza también con el Padrenuestro ("Venga tu reino") y con una serie de pasajes de los apóstoles Pedro y Pablo pero, sobre todo, del Apocalipsis.
Fue la gnosis la que atacó primeramente esta doctrina por considerarla materialista y contraria al Espíritu. Finalmente, al influjo de los dogmas gnósticos, la doctrina milenarista fue derrotada y desechada, aunque jamás se la condenó, debido a que así creían y enseñaban los Padres de la Iglesia.
Justino Mártir, pese al influjo que en él ejerció la filosofía griega, mantuvo su creencia en el reinado milenario de Jesucristo, y así lo expresa en una de sus principales obras, el Diálogo con Trifón.
80.
[1] Trifón replicó: -Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén (cf. Za 1,16?)? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? ¿O es que llegaste a esa conclusión sólo por dar la impresión de que nos ganabas de todo punto en la discusión?
[2] A lo que yo dije: -No soy yo tan miserable, oh Trifón, que diga otra cosa de lo que creo. Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas.
[3] Porque los que se llaman cristianos, pero son realmente herejes sin Dios y sin piedad, ya te he manifestado que sólo enseñan blasfemias, impiedades e insensateces. Para que sepan que no sólo digo esto delante de ustedes, lo saben, pienso componer, como pueda, una obra de todas las conversaciones tenidas con ustedes, y allí escribiré que confieso lo mismo que ante ustedes digo. Porque más que a hombres o a enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), prefiero adherir a Dios y a las enseñanzas que de Él vienen (cf. Hch 5,29?).
[4] Si les sucede que se encuentran con algunos que se llaman cristianos y no confiesan eso, sino que se atreven a blasfemar del Dios de Abraham, del Dios de Isaac y del Dios de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir son sus almas elevadas al cielo, no los tengan por cristianos; como, si se examina bien la cosa, nadie tendrá por judíos a los saduceos y sectas semejantes de los genistas, meristas, galileos, helenianos, fariseos y baptistas (y no se molesten en oír todo lo que pienso), aunque se llaman judíos e hijos de Abraham, pero que sólo honran a Dios con los labios, como Él mismo clama, mientras su corazón está lejos de Él (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6).
[5] Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne (cf. Ez 37,7-8. 12-14; Is 45,23-24; Rm 14,11), sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas (cf. Is 65,21; Ez 40?).
81.
[1] Isaías, en efecto, dijo acerca de este tiempo de mil años: «Porque habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y no se acordarán de las cosas del pasado ni les volverán al corazón, sino que hallarán alegría y regocijo, por tantas cosas que he creado. Porque he aquí que yo hago de Jerusalén regocijo y de mi pueblo alegría, y me regocijaré en Jerusalén y me alegraré sobre mi pueblo. Ya no se oirá en ella voz de gemido ni voz de llanto. Ya no habrá allí niño que muera al nacer, ni anciano que no llene su tiempo, porque el hijo todavía joven tendrá cien años, y será a los cien años que morirá el hijo pecador, y que será maldecido.
[2] Construirán casas y ellos mismos las habitarán, plantarán viñas y ellos mismos comerán sus productos. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. Porque, según los días del árbol de la vida, serán los días de mi pueblo: serán abundantes las obras de sus trabajos. Mis escogidos no trabajarán en vano ni engendrarán para maldición; porque son descendencia justa y bendecida por el Señor, y sus hijos con ellos. Y sucederá que antes de gritar ya los habré oído; mientras aún estén hablando diré: "¿Qué pasa?". Entonces pacerán juntos el lobo y el cordero; y el león, como un buey, comerá paja, y la serpiente tendrá como pan la tierra. No cometerán injusticia ni se mancharán sobre la montaña santa, dice el Señor» (Is 65,17-25).
[3] Ahora bien, la expresión -añadí yo- que en este pasaje dice: "Porque, según los días del árbol serán los días de mi pueblo (designa), así lo entendemos, las obras de sus trabajos" (Is 65,22), que significa misteriosamente los mil años. Porque como se dijo a Adán que el día que comiera del árbol de la vida moriría (cf. Gn 2,17), sabemos que no cumplió los mil años. Entendemos también que hace también a nuestro propósito aquello de: "Un día del Señor es como mil años" (Sal 89,4; cf. 2 P 3,8).
[4] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el "Apocalipsis" que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. Lo mismo vino a decir también nuestro Señor: "No se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán semejantes a los ángeles, pues serán hijos del Dios de la resurrección" (Lc 20,35-36).
(Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 80, 81.).
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