PÉRGAMO. La
ciudad de Pérgamo, llamada Πέργαμος,
Pérgamos, en griego, estaba situada en la sección noroccidental de Anatolia, a
30 kilómetros del mar Egeo y frente a la isla de Lesbos, en la región que se
llamó Eólida. Sus ruinas rodean a la actual ciudad turca de Bergama, construida
sobre los cimientos de lo que fue la parte baja de la antigua Pérgamo.
Originalmente, Pérgamo fue solo una fortaleza muy bien situada sobre una
escarpada colina y protegida por el curso de dos ríos pero, con el tiempo, se
formó una ciudad que se extendió por el valle y la colina se transformó en la
acrópolis.
Existen varias
leyendas sobre la fundación de la ciudad. Una de ellas dice que fue fundada por
Pérgamos, hijo de Neoptolomeo y Andrómaca, personajes de la guerra de Troya. En
560 a. de J.C., la ciudad pertenecía a Creso, rey de Lidia, y enseguida pasó a
manos de Ciro II el Grande de Persia. Algunas fuentes dicen que cuando
Alejandro el Grande de Macedonia derrotó a Darío III de Persia y se hizo con
toda el Asia Menor, puso como gobernadora de Pérgamo a Barsine, que era viuda
de un comandante persa de Rodas.
El origen de la gran ciudad que llegó a ser, está en una
ciudadela situada en la parte más alta, donde el general Lisímaco de Tracia
guardó sus tesoros. Se cree que reunió una gran riqueza, hasta 9.000 talentos,
que junto con otras riquezas dejó en aquel lugar al cuidado del gobernador del
área, llamado Filetero[1].
En 281 a. de J.C., se enfrentaron Lisímaco de Tracia y
Seleuco I Nikátor, muriendo Lisímaco. Poco después, en el año 280 a. de J.C.,
Seleuco murió asesinado y le sucedió su hijo Antíoco I Sóter. Esta coyuntura
fue aprovechada por Filetero para declarar la independencia de Pérgamo, lo que
no le costó mucho debido a las circunstancias reinantes y a que se había
apoderado del tesoro que custodiaba por encargo de Lisímaco. Y de esta manera,
sin gran esfuerzo, Pérgamo y sus ciudades y pueblos dependientes dejaron de
formar parte del imperio de los seléucidas. Durante el reinado de esta
dinastía, los Atálidas, Pérgamo se convirtió en una rica y poderosa potencia
anatólica y del Egeo. En esta ciudad nació el arte de la jardinería. Sus reyes
fueron grandes coleccionistas de artes y buenos bibliógrafos.
A Filetero, que era eunuco y que por lo tanto no tenía
hijos, le sucedió su sobrino Eumenes, a quien adoptó como hijo, y que reinó
como Eumenes I, desde el 263 al 241 a. de J.C. Aprovechando las rivalidades
entre ptolomeos y seléucidas por el dominio del Próximo Oriente antiguo,
Eumenes se alió con Egipto, consiguiendo el apoyo de ese reino contra las
pretensiones de Antíoco I. Una gran hazaña de Eumenes fue el haber detenido con
su ejército mercenario la invasión de tribus célticas, mejor conocidas como
galos, de donde la designación local de gálatas, que se habían adentrado en
Anatolia[2].
Otro de los logros de Eumenes fue el embellecimiento de la ciudad capital de su
reino.
Eumenes I fue sucedido por Átalo I Sóter, quién reinó desde
241 al 197 a. de J.C. Entre sus logros, fue capaz de luchar y vencer nuevamente
a los gálatas, quienes habían vuelto a irrumpir en la zona y en el año 230 a.
de J.C. pudo infringirles una severa derrota tras unas cuantas campañas. También
luchó contra Antíoco III Megas, a quien venció. A consecuencias de esta
victoria, el reino de Pérgamo se extendió a través de toda Anatolia
noroccidental. Al mismo tiempo, Átalo fue capaz de establecer y mantener una
buena alianza con Roma, que ya se asomaba como gran potencia en la Egeida.
Durante su reinado, Pérgamo se destacó como un gran centro artístico y
literario y su biblioteca llegó a ser la más importante del mundo conocido,
después de la de Alejandría de Egipto.
Eumenes II Sóter reinó desde 197 hasta 159 a. de J.C.
Durante su reinado se construyó el gran altar de Zeus, obra máxima del arte
helénico, en el que algunos han visto el trono de Satanás de que habla el
apóstol Juan en el Apocalipsis.
A la izquierda, la acrópolis de
Pérgamo.
La acrópolis estaba
construida en todo lo alto de una elevada colina, dominando el valle del río
Selinus, a una altura de unos 335 metros sobre el nivel del mar. La cima es una
especie de plataforma ligeramente inclinada hacia el poniente y que desciende
hacia el sur a modo de terrazas, cada una de las cuales presenta una absoluta
independencia funcional y arquitectónica, como adaptación de la arquitectura al
terreno descendente, de modo que las terrazas llegan a ser un elemento más de
la construcción. Los arquitectos supieron dar forma a la estructura de las
terrazas y consiguieron el cuadro total de cada edificio haciendo uso de los
pórticos y las columnas sin temor alguno de alargarlas en grandes proporciones
ni de alcanzar uno o dos pisos de altura. Y aunque siguieron fórmulas
tradicionales, incorporaron la novedad de integrar el paisaje en la composición
arquitectónica, idea que resultaba totalmente nueva y diferente del sistema de
construcción de la ciudad griega anterior a este tiempo. La ciudad, por motivo
de esta configuración, quedó conformada por tres secciones bien definidas, que
son: (1) la ciudad baja, actualmente enterrada y cubierta por la actual ciudad
turca de Bergama; (2) la ciudad media, que ha conservado las murallas antiguas
de tiempos de Átalo I. Entre los principales edificios de esta sección de la
ciudad pueden señalarse los gimnasios, edificados en tres niveles diferentes y
el templo de la diosa Deméter, mandado construir por Filatero; y, (3) la ciudad
alta, que corresponde a la acrópolis, la que Filatero custodiaba por orden de
Lisímaco. Era una ciudadela de tipo religioso, residencial y militar y fue
construida en torno al teatro, detrás del cual se encontraba el templo de
Atenea Nikéforos (la que lleva a la victoria), levantado en tiempos de
Filaterio en orden dórico, y la biblioteca. La ciudad de Pérgamo estaba
dedicada a la diosa Atenea, a imitación de las ciudades griegas importantes. Al
lado norte de la acrópolis estaba el palacio real, muy simple, acompañado de un
cuartel y un arsenal. Al lado sur se edificó el gran altar de Zeus, que
dominaba el ágora.
A la izquierda, plano simplificado de las
ruinas de la antigua ciudad de Pérgamo.
En este verdadero
laberinto de terrazas y terraplenes que se producía, la calle tenía su lugar.
La transformación sufrida con respecto a la calle griega tradicional es enorme.
La calle tradicional casi siempre es un estrecho corredor carente de
ornamentos. En Pérgamo, con las nuevas ideas, la calle se hace ancha, de hasta
20 metros, y mucho más larga y, al igual que las edificaciones, la calle
también se integra no solo al paisaje sino también a las edificaciones. Así,
las columnatas que rodean las terrazas se repiten y alargan por las calles
principales. Y para romper con la monotonía que este sistema pudiera tener, se
interrumpe alguna vez con puertas, arcos de triunfo, columnas con personajes,
etc.
Los monarcas atálidas
tuvieron la gran visión y ambición de convertir a Pérgamo en una ciudad de la
categoría de Atenas en tiempos de Pericles. Y supieron conseguirlo.
La acrópolis de
Pérgamo se encontraba en la ciudad alta, en la cima de la colina que le sirve
de base. Aquí se encuentran las ruinas de algunos de los edificios más
importantes que embellecieron a la ciudad en otro tiempo. (1) La biblioteca de
Pérgamo fue muy famosa, la segunda en importancia en el mundo antiguo, solo
superada por la Alejandría, y llegó a contar con hasta 200.000 volúmenes. (2)
El teatro tenía capacidad para 10.000 personas. Cuenta con 69 peldaños que se
extienden a lo largo de una pendiente que alcanza los 38 metros de altura. La
parte baja da a una gran terraza que en tiempos lejanos estaba destinado al
paseo. (3) el altar de Zeus se encontraba originalmente situado al sur del
teatro. El altar fue erigido originalmente por Eumenes II y ocupaba una
superficie aproximada de 36 por 34 metros, y se caracteriza por sus enormes
escalinatas, sólidas columnas y un friso que representa la lucha entre los titanes
y los dioses de la mitología griega. Luego de ocho años de excavaciones, que se
extendieron entre 1878 y 1886, un tercio de dicho altar fue enviado por el
sultán de Turquía a Berlín, Alemania, y posteriormente reconstruido en lo que
más tarde llegaría a ser el Museo de Pérgamo. El gesto fue un reconocimiento a
los grandes trabajos de excavación realizados por arqueólogos alemanes. (4)
También están las ruinas que testimonian el emplazamiento de los palacios de
Átalo I y de Eumenes II.
Las ruinas del Asclepeion,
se encuentran a tres kilómetros y medio de la ciudad, hacia el poniente. Este
templo, consagrado a Asclepios[3],
el dios de la medicina, estaba decorado con un bajorrelieve con las serpientes
que simbolizaban a Asclepios, fue fundado por el poeta Arquias, en
agradecimiento a los ciudadanos que había recibido en Epidauro, Grecia. En este
lugar se reunían los eruditos en medicina de esa época.
También funcionó como
escuela de medicina. Galeno, quien había nacido en el año 131 muy cerca de este
lugar, contribuyó en gran medida al engrandecimiento de este templo.[4]
A la izquierda, ruinas del Asclepeion, vistas
desde los Propileos.
Cerca de allí se
encontraba el templo al dios de la medicina Telesforo, hijo de Asclepio, lo
mismo que Panacea e Higía.
La religiosidad de Pérgamo era importante para sus habitantes.
Aparentemente, la adoración al dios Zeus se derivaría de la que se tributaba a
una divinidad conocida en las fuentes hititas del II milenio precristiano como Šiwšš, Šiušš o Shiushsh[5],
un dios solar que fue el antecedente del Zeus griego.
En esta ciudad se
inventó el pergamino. Según dice Plinio el Viejo, cuando la biblioteca de
Pérgamo se hizo tan importante que rivalizó con la de Alejandría, el rey de
Egipto, hacia 190 a. de J.C., prohibió la exportación del papiro, evidentemente
con la intención de estorbar la producción bibliográfica que se dirigía a
Pérgamo. Entonces, en Pérgamo se ideó utilizar el pergamino de cuero[6].
Esto podría significar simplemente que se popularizó un método ya existente de
tratar pieles de animales para que pudiera escribirse sobre ambos lados. De
esta manera, se pudo continuar con la producción bibliográfica centrada en la
biblioteca de Pérgamo sin tener que depender de las exportaciones egipcias de
papiro.
Asia Menor bajo los
Griegos y los Romanos, reproducción parcial. The Historical Atlas, William R.
Shepherd, 1923. Los puntos rojos corresponden a las ubicaciones de las siete
Iglesias a las que el apóstol Juan dirige cartas. Los puntos amarillos
corresponden a otras ciudades donde estuvo el apóstol Pablo o a ciudades con
iglesias tempranamente documentadas o conocidas. Se ha señalado la ubicación de
la isla de Patmos con un círculo de color amarillo también.
Pérgamo fue una ciudad cosmopolita, centro religioso,
cultural y comercial. Es muy posible que el cristianismo llegara tempranamente
a esta ciudad principal de Asia Menor, quizá si por celosos predicadores
formados por el apóstol Pablo en otras ciudades de la provincia, como Éfeso, Tiatira,
Sardes, Esmirna e incluso Filadelfia.
El glorificado Jesucristo elogia a la comunidad cristiana de
Pérgamo por la constancia que ha mostrado en la persecución, y de la cual
seguía dando pruebas. Dicha persecución había dejado un mártir, Antipas, de
quien nada más se sabe. El Señor lo llama su testigo fiel, porque supo dar
testimonio de él incluso enfrentado al peligro, y lo refrendó con su propia
sangre.
La palabra griega μάρτυς,
mártir, que significa testigo, designa a quienes dan
testimonio de la fe cristiana en presencia de sus adversarios y enemigos y
tiene, por lo tanto, el significado de testigo
por la sangre, es decir, designa a alguien que da testimonio de la verdad y
sella dicho testimonio con su propia sangre, como Yahoshúa ha-Mashíaj, quien
derramó su alma (su sangre) hasta la mismísima muerte, en testimonio de la
verdad.
La situación de la iglesia de Pérgamo es muy difícil debido
a que en Pérgamo tiene su trono el Adversario. Muchos comentaristas ven en
estas palabras una alusión al templo de Augusto y de Roma, que la asamblea de
la provincia había mandado erigir en el año 29 a. de J.C. en lo más alto de la
acrópolis. Esto se basa en que una de las principales causas de las
persecuciones desatadas contra los cristianos en la provincia romana de Asia
habría sido, precisamente, su resistencia a participar en el culto al
emperador. Pero se puede objetar debido a que en ese tiempo el centro del culto
al emperador en Asia no era Pérgamo, sino Éfeso. Otros han dicho que el trono
de Satanás habría que identificarlo más bien con el templo de Asklepios, tanto
más que el símbolo de este dios es la vara con la serpiente (que en las
Escrituras es figura de Satanás), y que sus curaciones eran para los cristianos
caricaturas diabólicas de los milagros de Cristo. Sin embargo, es posible que
el trono de Satanás en Pérgamo fuera el enorme Altar de Zeus, construido en
mármol blanquísimo. Y quizá la respuesta sea que todo lo anterior, toda la
religiosidad que se practicaba en la ciudad y sus construcciones religiosas,
fueran, en definitiva, el trono de Satanás.
Sin embargo, a pesar de su registro de fidelidad puesto de
manifiesto, la congregación de Pérgamo recibe un reproche. Y es que tolera en
su seno a un grupo de personas que profesan la doctrina de Balaam y a los
nicolaítas. Esta designación metafórica alude a una herejía con innegables
características de libertinaje y desenfreno moral. Éstos tienen su prototipo en
Balaam y en el consejo que éste dio a Balac.[7] De acuerdo a la explicación del relato bíblico que se
conserva en los escritos de Filón de Alejandría[8]
y de Flavio Josefo[9],
el consejo de Balaam fue que las mujeres moabitas se entregaran a los
israelitas, a condición de que éstos se convirtieran a sus dioses y
participaran en sus comidas sagradas. A imitación de aquél, también los
extraviados de la sana doctrina de Pérgamo intentan persuadir a los miembros de
la comunidad cristiana de la ciudad a que participen de lo sacrificado a los
dioses paganos[10]
y a que se entreguen a la fornicación. En realidad, el grupo que urdió un sistema
religioso semejante al consejo de Balaam, debió ser un grupo de personas que
adoptaron ciertas especulaciones judeo-gnósticas, como aquellas que ya el
apóstol Pablo se había visto obligado a denunciar y a combatir en sus cartas a
las iglesias de Colosas y Éfesos, ambas de la misma provincia romana de Asia, y
que fueron una avanzada o antesala de la gnosis que, surgida a fines del siglo
I floreció en el siglo II.
Algunos
autores consideran autor del movimiento de extravío de los nicolaítas a
Nicolás, uno de los siete diáconos de la iglesia primitiva (Hechos 6:5), lo que
es una suposición sin más fundamento que el alcance de nombre con el fundador o
líder de los nicolaítas. Los nicolaítas (véase esta palabra en este Apéndice),
en realidad, parecen haber sido la avanzada de los gnósticos, que tanto mal
hicieron a la iglesia primitiva y cuyas enseñanzas la permearon finalmente,
llevándola finalmente a la apostasía.
El
Señor glorificado le dice a la comunidad de Pérgamo que no debe tolerar más ese
desórden o, de lo contrario, vendrá pronto él mismo, en persona, y con la
fuerza irresistible de la espada de su
boca, lo que significará para ellos la condenación eterna.
Al
que venciere se le promete una doble recompensa, porque le será dado a comer el
maná escondico y una piedrita blanca con un nombre nuevo, quizá esto último
alusión a que entre los griegos a quienes participaban en competiciones se les
entregaba una tablilla blanca en la que estaba grabado su nombre.
[1] Otros autores lo llaman Filetaro o Filetairo.
Filetero era macedonio, hijo de Átalo y Boa. Había servido a las órdenes de
Antíco I Monoftalmos, general de Alejandro el Grande, y posteriormente fue
nombrado comandante del área de Pérgamo por Lisímaco de Tracia, haciéndole
responsable del tesoro que se guardó en la acrópolis. Su mandato como
gobernador se extendió entre 283 y 263 a. de J.C., primero bajo Lisímaco y
después de Seleuco I de Babilonia y Siria y por último como gobernante
independiente. Nunca fue nombrado rey pero fue el originador de una dinastía
que se extendió hasta el año 129 a. de J.C. con el rey Eumenes III.
[2]
Estos invasores se instalarán finalmente en un área que, de ellos, se llamó
Galatia o Galacia. A las iglesias establecidas en esta provincia romana, el apóstol Pablo
dirigió una muy interesante carta.[4] Galeno estudió en Alejandría y más tarde fue médico de los gladiadores y posteriormente fue médico del emperador Marco Aurelio Antonino, en el año 162.
[5] Anittaš de Neša (ciudad ubicada cerca de la actual Kayserie, en la Turquía oriental) y Kussara (ciudad aún no identificada que fue uno de los primeros reinos “hititas”), es una figura histórica mencionada en documentos contemporáneos al que se ha considerado el primer fundador del reino de los hititas anatólicos. El capturó la ciudad-estado de Hatti (ciudad antigua, de población asiánica o hatita, que existió en el sitio de la actual población turca de Boghas-köy, en el centro de Anatolia) y la declaró maldita. En este documento real se encuentra no solamente al dios del Sol y al dios de la Tormenta sino que también a otras divinidades de considerable interés, como Halmasuit, la diosa del Trono, y un dios que es llamado simplemente Šiuš-šummiš, aparentemente queriendo decir Nuestro Dios. El dios de la Tormenta, denotado como dIŠKUR-unnaš, era el protector supremo de Anittaš y su padre y garante de la maldición sobre Hatti. Anittaš construyó templos en Kaneš para el dios de la Tempestad y para Šiuš-šummiš, cuya estatua o imagen sagrada de Kaneš había sido llevada como parte del botín por los guerreros de Zalpa, imagen que fue recobrada por Anittaš. Claramente, "Nuestro Dios" era, de una forma especial, el dios de Kaneš. De este dios se dice que entregó la ciudad de Hatti en manos de Anittaš, aunque el texto sustituye el nombre de Anittaš con el de Halmasuit, la diosa-Trono. Ella es, evidentemente, el trono mismo deificado, simbolizando el oficio real, concepto que en la actualidad equivaldría a "la Corona". Sobre la verdadera identidad de Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios", el editor del texto de Anittaš, E. Neu, ha dedicado una larga discusión a esta cuestión. El sustantivo šiuš es bien conocido en los posteriores documentos en lengua hitita como la palabra general para dios, relacionada con el indoeuropeo *dieus, ["cielo"], que corresponde al griego Zeus, al latín dies, deus, y que proviene de una raíz que significa "brillar", "resplandecer", "iluminar". El Dr. Neu y, simultánea pero independientemente, la señora S. R. Bin-Nun, han dedicado mucha atención a la correspondencia entre éste y otros textos hititas antiguos, como, por ejemplo, el ritual para la erección de un nuevo palacio, con respecto a las deidades mencionadas: en uno, el dios de las Tormentas, la diosa del Trono y Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios"; en el otro, el dios de las Tormentas, la diosa del Trono y el dios del Sol. El pasaje en el ritual, dice: "A mí, el rey, han los dioses —el dios del Sol y el dios de la Tempestad— confiado la tierra y mi casa. Yo, el rey, gobernaré sobre la tierra y mi casa. [...] A mí, el rey, la diosa del Trono ha traído desde el mar el poder y el carro." En este intrigante texto nuevamente se ve que había memoria de que el rey había venido de un lugar cuando menos cercano al mar para recibir el reino de Hatti, con la diosa-Trono actuando como agente para los dos grandes dioses. Ciertamente, la diosa del Trono desempeñó un destacado rol en este texto. Ella se dirige al rey como su "amigo", luego de que ella tuvo que ir "al otro lado de las montañas" y éste le cuida sus dominios. Puesto que su nombre, Halmasuit, es puramente hatita, hasta podría representar al rey del reino original "junto al mar". Su prominencia aquí debe seguramente significar que el rey se había apoderado de un reino hatita y de un trono hatita pero que deseaba mantener a sus nuevos súbditos a distancia. Su asociación en estos textos con el dios del Sol y con el dios de la Tormenta han llevado al Dr. Neu y a la señora Bin-Nun a la conclusión de que el Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios", de los textos de Anittaš debió ser en realidad el dios del Sol, traduciéndolo como "Nuestro dios Siu", nombre que es otro cognato del nombre griego Zeus, el "dios de la luz celestial". Que Anittaš lo llamara "nuestro Siu" podría significar que él se identificó a sí mismo muy estrechamente con la ciudad de Kaneš, ciudad que él había heredado de su padre, Pithana (también, Pithanaš, o Pitkhanaš), el primer caudillo "hitita" de quien se tiene noticias bastante seguras. El posterior Ištanus, dios del Sol, podría representar a este antiguo dios indoeuropeo bajo un nuevo nombre, adoptado y adaptado de la diosa nativa Eštan por la adición de una raíz vocal y una terminación hitita. Cuando esto ocurrió, de acuerdo a este enunciado, el antiguo nombre Šiuš fue generalizado en la lengua hitita como una palabra para "dios", aunque en luwita y en palaíta haya permanecido en las formas relacionadas Tiwaz y Tiyaz, como el nombre del dios-Sol. Quizá sea hasta paradojal el que Zeus, el Tronador [Terpikéraunos] pudiera haber aparecido en el panteón hitita no como un dios de las Tempestades [dIŠKUR) sino como un dios del Sol [dUTU]. Sin embargo, la temprana sugerencia hecha por J. G. Macqueen en cuanto a que la escritura dIŠKUR-unna representa šiuna-2 no puede ser sustentada por más tiempo, si es que alguna vez se la pudo tomar en serio, ya que, de un lado, E. Laroche ha demostrado que el nombre del dios de las Tempestades en hitita era Tarhu-, con una forma Tarhunna-3, y, por otro lado, el doctor Neu ha establecido la temprana forma del nominativo como šiuš, con šiunaš como genitivo solamente. Es un hecho indiscutible el que la base *dieus (con el sufijo -att-) produce el nombre del dios-Sol en luwita y en palaíta. Tal vez, entonces, es posible que así también le haya ocurrido a la raíz simple en hitita. Si esta tesis es acertada, hallaríase a los primeros reyes hititas venerando al antiguo dios del Cielo de los indoeuropeos, ahora considerado como un dios del Sol, bajo el nombre Šiuš (que resulta del todo idéntico al Zeus griego), y a un dios de las Tormentas que sería el nativo Taru hatita, pero bajo el nuevo nombre de Tarhunna.
[6] La palabra castellana pergamino viene del latín pergamena.
[7] Números 22.24; 31:16.
[8] De vita Moysis, Filón de Alejandría, I, 294 y siguientes.
[9] Antigüedades Judaicas, Flavio Josefo, IV, 6, 126 y siguientes.
[10] Hechos 15:20-29; 1 Corintios 8:7-13; 10:20-30.
podrian facilitarme el texto original en griego del capitulo uno de apocalipsis. Quiero ver en especial el versiculo 8, 11 y 17. por su comprensión, gracias
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