Pablo
advirtió a los obispos cristianos de
Éfeso, ciudad de Asia Menor: “Yo sé que después de mi partida entrarán en medio
de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros
mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras
sí discípulos.” (Hechos 20:29, 30; RVR95.). También, le escribió a su
colaborador Timoteo, desde Macedonia, hacia los años 61-64 d. de J.C.: “Pero el
Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la
fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, cuya
conciencia está cauterizada. Estos prohibirán casarse y mandarán abstenerse de
alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participaran de ellos
los creyentes y los que han conocido la verdad.” (1 Timoteo 4:1-3.).
Poco
después, Pablo escribió, desde Roma y cerca del año 65 d. de J.C., a Timoteo,
que “vendrá tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo
comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y
apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4:3,
5.).
El
apóstol Pedro, escribiendo cerca del año 64 d. de J.C., muy probablemente desde
la antigua Babilonia, en Mesopotamia, un gran centro del judaísmo de ese
entonces, deduce un paralelismo entre la apostasía del cristianismo y la que
ocurrió en la casa del Israel natural: “Hubo también falsos profetas entre el
pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán
encubiertamente herejías destructoras y hasta negarán al Señor que los rescató,
atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán su
libertinaje, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado.
Llevados por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre
los tales ya hace tiempo la condenación los amenaza y la perdición los espera.”
(2 Pedro 2:1-3.).
Es
de interés notar las palabras que bajo inspiración dirigió el apóstol Pablo a
la Iglesia cristiana en la ciudad de Tesalónica, situada en Macedonia, hacia el
año 51 d. de J.C., desde Corinto, Grecia. Escribió él: “Con respecto a la
venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, os rogamos,
hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os
conturbéis, ni por espíritu ni por palabra ni por carta como si fuera nuestra,
en el sentido de que el día del Señor está cerca. ¡Nadie os engañe de ninguna
manera!, pues no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el
hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra
todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto, que se sienta en el templo
de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.
“¿No
os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros os decía esto? Y ahora
vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se
manifieste. Ya está en acción el misterio de la iniquidad; solo que hay quien
al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y
entonces se manifestará aquel impío, a quien el Señor matará con el espíritu de
su boca y destruirá con el resplandor de su venida. El advenimiento de este
impío, que es obra de Satanás, irá acompañado de hechos poderosos, señales y
falsos milagros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por
cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les
envía un poder engañoso, para que crean en la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en
la injusticia.” (2 Tesalonicenses 2:1-12.).
Este
hombre de desafuero u hombre de pecado mencionado por el
apóstol Pablo es no un individuo sino un hombre
compuesto, genérico, un grupo, una colectividad, como lo muestran los textos de
las Escrituras ya citados, y este hombre,
como lo mencionó Jesucristo, continuó en existencia desde la muerte de los
apóstoles y sus más allegados colaboradores en adelante hasta el tiempo de la
segunda venida del Señor, al tiempo del fin del mundo actual, que es cuando el
Señor Jesús acaba con este hombre por
su propio poder.
El
hombre de pecado, esto es, el hombre compuesto apóstata, comete su desafuero
contra Yahwêh ‘Elohîm mismo, el Rey del universo. Es culpable de alta traición;
y se le llama también el hijo de la
destrucción, como al propio Judas Iscariote, el traidor que vendió al Señor
Jesucristo. Como antaño Judas, será aniquilado, destruido para siempre, a su
debido tiempo. Este hombre de desafuero
compuesto no es la gran Babilonia,
quien también está opuesta a Dios y su propósito; sin embargo, puesto que él
lleva adelante una rebelión religiosa contra Dios, evidentemente que es parte
de la mística Babilonia, la religión
falsa que se asienta sobre muchas aguas, es decir, sobre todos los pueblos de
la Tierra. (Juan 17:12; Apocalipsis 17:3, 5.).
Pablo
habló de quien al presente lo detiene,
es decir, la cosa que en ese tiempo obraba como restricción. Él había dicho a
los ancianos de la Iglesia cristiana en Éfeso que estaba consciente del hecho
de que después de su partida se presentarían hombres semejantes a lobos.
(Hechos 20:29.). Los apóstoles, trabajando con sus colaboradores más allegados,
tales como Timoteo, Tito, Lucas y otros más que cooperaban con ellos,
constituían esta restricción, quien al
presente lo detiene. Repetidamente, el apóstol Pablo escribió admoniciones
relacionadas con la venidera apostasía, no solamente en su segunda carta a la
Iglesia de los tesalonicenses, sino también en muchas exhortaciones a Timoteo,
Pablo aconsejó a este fiel cristiano de la antigüedad que confiara las cosas
que de él había oído a hombres fieles que estuvieran calificados para instruir
a otras personas sobre las verdades del cristianismo. Pablo habló de la Iglesia
del Dios viviente como siendo columna y
apoyo de la verdad. Él procuró edificarla tan firme en la verdad como fuese
posible antes de que la gran apostasía se presentara. (2 Timoteo 2:2; 1 Timoteo
3:15.).
Mucho
después, el apóstol Juan fue impulsado a escribir, por mandato de Cristo Jesús,
para advertir contra el sectarismo, mencionando específicamente a cierta secta
de Nicolás y hablando de falsos profetas como Balaam y de la mujer Jezabel,
quien se llamaba a sí misma profetisa. Parece ser que para fines del siglo I d.
de J.C. ya estaban entrando en la Iglesia cristiana solapadamente,
subrepticiamente, las enseñanzas de los gnósticos mezcladas a sumo grado con
las filosofías especulativas de origen helénico o griego. Balaam y Jezabel
parecen ser nombres usados para describir a sectas gnóstica licenciosas que se
habrían fundado sobre el principio de la libertad cristiana de que habla el
apóstol Pablo, desarrollando e implementando la idea de que hay que degradar al
cuerpo al máximo, puesto que la materia en sí misma es mala, y especulaban
acerca de lo beneficioso que era aquello para las personas. Los nicolaítas
parece ser que continuaron en existencia hasta el siglo III. (Apocalipsis 2:6,
14, 15, 20.).
El
apóstol Pablo dijo que el misterio ya
está obrando, es decir, que ya está
en acción (2 Tesalonicenses 2:7), queriendo decir que ya para entonces se
estaba presentando una apostasía que estaba causando disturbios dentro de la
Iglesia cristiana en Tesalónica, lo que sugiere, en parte, el envío de esta
segunda carta. Estos eran los adversarios
de Cristo a quienes el apóstol Juan menciona en sus cartas, después. Juan
habla acerca de la última hora del
período apostólico, y dice:
“Así
como han oído que el anticristo viene, aun ahora han llegado a haber muchos
anticristos [...] Ellos salieron de entre nosotros, pero no eran de nuestra
clase; porque si hubieran sido de nuestra clase, habrían permanecido con
nosotros. Pero salieron para que se mostrase a las claras que no todos son de
nuestra clase.” (1 Juan 2:18, 19; NM67.).
Después
de la muerte de los apóstoles, el hombre
de pecado entró abiertamente en la escena con su hipocresía religiosa y sus
enseñanzas falsas. De acuerdo a las palabras de Pablo, este hombre tendría un gran poder, operando
bajo el control de Satanás el Diablo, ejecutando toda obra poderosa y señales y portentos mentirosos. (2
Tesalonicenses 2:9.).
Ya,
durante su ministerio terrestre, Jesús mismo había dicho a sus discípulos, para
el tiempo de la fiesta de los tabernáculos del año 32 d. de J.C.: “Tenemos que
obrar las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando
nadie puede trabajar.” (Juan 9:4; NM67.). Así lo entendieron e hicieron los
apóstoles y sus colaboradores más allegados, efectuando la obra de Dios
mientras todavía, por así decirlo, quedaba luz diurna, y antes de que la
oscuridad de la noche espiritual que
se acercaba impidiera toda actividad provechosa. El apóstol Juan, hacia el año
98 en ó cerca de Éfeso, en la provincia romana de Asia, se refirió a su tiempo,
diciendo a sus contemporáneos: “Es la última hora, y, así como han oído que el
anticristo viene, aun ahora han llegado a haber muchos anticristos; del cual
hecho adquirimos el conocimiento de que es la última hora.” (1 Juan 2:18;
NM67.).
Sin
embargo, la apostasía que se fue produciendo al irse revelando el hombre de desafuero no afectó
inmediatamente ni a todos los cristianos ni a toda la Iglesia, ni se presentó
tampoco de la misma forma y manera ni al mismo ritmo o celeridad. La celosa
actividad clandestina de los fieles creyentes de los primeros tiempos hace
patente que los cristianos resistían valerosa y decididamente la persecución
que les venía de la autoridad imperial y de otras fuentes externas y que no había
entre ellos contaminación pagana, a pesar de que a poco se deja ver un desvío.
Este desvío de las enseñanzas primitivas se va acelerando poco a poco y
acentuando y definiendo cada vez más.
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