El apóstol Pablo había prevenido a los cristianos ya en sus días sobre los problemas que vendrían. Primero, les dijo que no se dejaran llevar por discusiones sin fin sobre genealogía y otros asuntos, ya que no eran importantes para la salvación ni pàra establecer la relación de uno con Dios. En segundo lugar, pero de vital importancia, les advirtió sobre la filosofía. El helenismo era la cuna y el caldo de cultivo primordial para la filosofía. Y la filosofía, nacida y nutrida de una cultura desarrollada y extendida por todo el mundo conocido, traía aparejado el paganismo de donde había nacido.
De hecho, fueron filósofos helenistas y helenizados quienes, mezclando una serie de elementos comunes al mundo pagano de ese momento con otros del judaísmo y del cristianismo dieron origen a lo que se suele llamar gnosis o gnosticismo, un sistema filosófico y religioso a la vez que atacó fuertemente al cristianismo y obligó a los individuos y a los líderes cristianos de ese tiempo a cuando menos tratar de adoptar medidas para oponerse efectivamente al peligro que significaba el gnosticismo.
“Fue la gnosis la que provocó en los primeros tiempos de la Iglesia su desarrollo dogmático, una vasta literatura eclesiástica y los esfuerzos de los teólogos para integrar en el cristianismo lo que había de válido en el pensamiento gnóstico.” (Enciclopedia Universal Sopena, Editorial Ramón Sopena, 1971, tomo 10, página 704.). Lo anterior es tan cierto que lo dicho hasta aquí para darse cuenta cabal y clara de que el cristianismo del siglo IV ya no era el cristianismo del siglo I: había ocurrido un apartarse de las claras enseñanzas de los primeros tiempos para integrar el pensamiento griego y la gnosis herética en la resultante Iglesia del cristianismo dogmático. De un estudio del Nuevo Testamento, es evidente que el cristianismo no era dogmático, esta carente de todo dogmatismo, a diferencia de los cultos paganos, que sí tenían dogmas.
“El cristianismo —incluyendo en él la dispensación del Antiguo Testamento, que fue su primera etapa— en nada se distinguió más de las otras religiones del mundo que en su carácter objetivo o histórico. Las religiones de Grecia y Roma, de Egipto, India, Persia y Oriente en general, eran sistemas especulativos, que ni siquiera alegaron seriamente tener base histórica. [...] Pero sucede lo contrario con la religión de la Biblia. Allí, sea que acudamos al Antiguo o al Nuevo Testamento, a la dispensación judía o a la cristiana, hallamos un arreglo de doctrina que está enlazado con hechos; que depende absolutamente de ellos; que es nulo y sin valor sin ellos; y que puede considerarse establecida en sentido práctico si se muestra que esos hechos merecen ser aceptados. [...] El Dr. Stanley expresa concisamente el contraste entre la religión cristiana y otras en este respecto, cuando dice del cristianismo, que “solo él, de todas las religiones, afirma estar fundado, no en fantasía ni en sentimiento, sino en Hecho y Verdad.” (The Historical Evidences of the Truth of the Scripture Record, George Rawlinson, 1862, páginas 25, 26, 232, 233; también, véanse las páginas 45-47.). El paganismo estaba lleno de mitos acerca de cada cosa de la naturaleza; sus teogonías trataban de explicar el origen del universo y de los dioses; sus sacerdotes y fieles inventaban mitos y fraudes piadosos, para usar un término muy socorrido con respecto a las religiones cristianas nominales de la actualidad, acerca de tal o cual dios o diosa; el origen de tal o cual templo o la advocación de tal o cual divinidad; las estrellas, ... pero el cristianismo era diferente y diametralmente diverso, puesto que señalaba que el Creador de todas las cosas existentes, visibles e invisibles, es Dios, que no existe más que un solo Dios, Uno y Único, y que Jesús es su Hijo unigénito y primogénito en el sentido más pleno y verdadero; no tenían liturgias, ni templos, ni imágenes, ni clero, ni jerarquía, ... pero, a poco, algunos empezaron a introducir, contra el consejo apostólico registrado en Colosenses 2:8, la filosofía griega, en especial y más determinantemente, el neoplatonismo. Las especulaciones neoplatónicas introdujeron en el cristianismo puro del primer siglo los conceptos acerca de la inmortalidad inherente del alma humana, al que los apóstoles y Cristo mismo se encuentran diametralmente opuestos, como toda la Escritura. El gnosticismo empezó a representar un serio peligro para la ortodoxia tradicional y nominal. La esperanza de la resurrección se abandonó porque la materia es esencialmente mala. Por eso mismo los gnósticos abominaban de la creación y del Dios creador, al que rebajan a la simple condición de un demiurgo o dios inferior, cruel y desprovisto de amor para con sus criaturas. La idea de que dios es incomprensible fue primeramente enunciada por los gnósticos, por ejemplo, Epifanio hijo de Carpócrates. Continuando sobre la huella de que la materia es mala, se abominó entre los gnósticos del matrimonio, de las relaciones sexuales y de la procreación en sí, declarándose partidarios, en cambio, del celibato y ascetismo rigurosos, intentando de este modo reducir la cantidad de espíritus que vendrían a sufrir a la Tierra, al tiempo que liberar a los espíritus actualmente en la tierra de su sometimiento a la materia. Basílides, a principios del siglo II, se destacó en este asunto, tal como Saturnilo o Saturnino, que predicaba el vegetarianismo, además. El ascetismo en estos términos reaparece entre los que siguen la línea ortodoxa en Antonio Abad y Agustín, para citar apenas un par de casos sobresalientes, y de allí, de esas doctrinas gnósticas, nacen el eremitismo y el cenobitismo y las posteriores órdenes monásticas, dedicadas a la contemplación, la oración y el autoflagelo en términos estoicos y hasta enfermizos que se conoce después entre varias iglesias de la cristiandad, que heredó estas concepciones desde los antiguos budistas, hindúes, griegos y gnósticos. El trinitarismo que triunfa en el año 325 en el concilio de Nicea gracias a la gravitación de todo el poder del Estado romano representado por el emperador Constantino I el Grande, quien lo citó y presidió como pontifex maximus del sistema religioso imperial romano, y la astucia de Atanasio, tiene sus antecedentes en Babilonia, Asiria, Egipto, India, entre otras regiones, y empieza a ser enunciada ya en ciertas enseñanzas de Valentín, el más importante gnóstico de principios del siglo II. El hecho de que Yahwêh ‘Elohîm, es decir, Dios el Padre, haya sido relegado a un oscuro segundo o tercer plano se debe también a un concepto gnóstico. Como Agustín lo hizo después, la mayoría de los gnósticos rechazaban la idea de un reinado milenario de Cristo en beneficio de los habitantes de la Tierra, por ser esta una condición materialista y carnal, opuesta a la espiritualización que preconizaban.
Claro, mientras las persecuciones estuvieron vivas, el cristianismo, aunque apostatado y en vías de desarrollar las mismas herejías que las sectas gnósticas, se mantuvo bastante cerca de las Escrituras y de las sanas enseñanzas de los primeros tiempos. Pero, cuando se introdujo más abiertamente la filosofía griega, y particularmente cuando el Estado romano se interesó en él y lo adoptó como su apoyo principal para salvar al ya decadente Imperio, se rompió todo nexo de unión que pudiera existir entre los cristianos del siglo I y la cristiandad que comenzó a existir desde el año 325 en adelante, cuando se inaugura la Iglesia cesárea, imperial, la que adopta todo el boato y lujo de la corte romana, vistiendo ropajes especiales y asimilando y adoptando las liturgias paganas y el ceremonial y ritualismo del mundo pagano grecorromano.
Nuevos tiempos se venían para la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario