viernes, 28 de diciembre de 2012

Dios,… cuando decimos “Dios”, ¿qué estamos diciendo en realidad?

Indudablemente el concepto teológico, filosófico y antropológico de Dios hace referencia a un Ser Supremo, una Deidad Suprema.
En castellano es la palabra que se usa para referirse a un Ser Supremo, Omnipotente y Personal en las religiones teístas y deístas, así como en otros sistemas de creencias, quien es o bien la única Deidad, como en el monoteísmo, o la Deidad principal, en algunas formas de politeísmo, como en el henoteísmo. Pero Dios también puede referirse a un ser supremo no personal, como en el panteísmo, y en algunas concepciones es una mera idea o razonamiento sin ninguna realidad subsistente fuera de la mente, como en los sistemas materialistas. A menudo, también, Dios es concebido como el Creador sobrenatural y supervisor del universo. Los teólogos han adscrito una amplísima variedad de atributos a las numerosas concepciones diferentes de Dios. Entre estos, los más comunes son omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, omnibenevolencia, simplicidad divina y existencia eterna y necesaria. También, Dios ha sido concebido como de naturaleza incorpórea, un ser personal, la fuente de toda obligación moral y el mayor ser concebible con existencia. Estos atributos fueron descritos en diferentes grados por los primeros filósofos-teólogos judíos, cristianos y musulmanes, incluyendo a Maimónides, el apóstol Pablo y Al-Ghazali, respectivamente. Muchos destacados filósofos medievales y modernos desarrollaron argumentos a favor de la existencia de Dios. Y, de manera análoga, numerosos filósofos e intelectuales contemporáneos de renombre han desarrollado argumentos en contra de la existencia de Dios.
A menudo, Dios es imaginado como una fuerza de la naturaleza o como un ente consciente que se puede manifestar en un aspecto natural. El gnosticismo plantea la necesidad de la previa definición precisa de la palabra, debido, precisamente, a su gran ambigüedad y oscuridad de significado y uso.
Pero, la definición más común de Dios sigue siendo la de un ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente, creador, juez, protector y, en algunas religiones, salvador del universo y de la humanidad.
En español, lo mismo que en otras lenguas romances, la palabra dios viene directamente del latín deus, que significa deidad, dios. La palabra latina, a su vez, deriva del indoeuropeo *deiwos, que proviene de la raíz *deiw, que quiere decir brillar o ser blanco, de la que deriva, asimismo, el término griego Ζεύς, Zeus. De hecho, la palabra castellana dios es idéntica en pronunciación a la griega Διός, Diós, forma genitiva de Zeus, el principal Dios de la mitología griega. Por lo tanto, cuando decimos Dios en realidad estamos invocando a Zeus.  De esta misma raíz indoeuropea derivan el latín dies, que significa día, y el griego δῆλος, que quiere decir visible, patente. Pese a su parecido con la palabra griega análoga θεός, theós, deidad, dios, este deriva de la raíz indoeuropea *dhēs, de significado desconocido, pero que originó en latín palabras de significado originalmente religioso, como feria o fanatismo.
La forma indoeuropea *deiw-os aparece en muchas familias indoeuropeas sistemáticamente asociadas a *pəter, padre en la forma compuesta *dyeu-pəter. En sánscrito tardío la forma aparece como dyaus pitar, dios padre, es decir, padre de los dioses, mientras que en griego existe la forma Ζεὺς Πατῆρ (Zeùs Patḗr), Padre Zeus, análoga a la latina Iuppiter, dios padre, es decir, Júpiter. El latín deus, en otras lenguas romances, derivó en deus (gallego y portugués), dieu (francés), dio (italiano), déu (catalán) o [dumne] zeu (rumano), entre otras.
En las lenguas germánicas, en tanto, la palabra proviene de la raíz protogermánica *ǥuđan, de donde vienen god (inglés) y gott (alemán). Esta raíz derivaría de la forma indoeuropea reconstruida *ǵhu-tó-m, la que proviene de la raíz *ǵhau(ə)-, que significa llamar, invocar.
En español, se hace referencia al dios del judaísmo, del cristianismo y del islamismo con mayúscula inicial, Dios, como se hace con cualquier nombre propio. Y también los pronombres y adjetivos relativos a Dios se escriben de esa manera, como una forma de respeto en los textos religiosos pero también en los textos de la vida diaria, de manera que, por ejemplo, se escribe el Señor, Él, , etcétera.
Sin embargo, Dios, Señor, no son un nombre propio, sino sustantivos comunes que se usan como mero título, ya sea individualmente o en conjunto, dando títulos compuestos como el Señor Dios y Dios el Señor que, por su misma formulación, carecen de verdadero sentido.
El escrúpulo de mesiánicos, nazarenos y judíos proviene del hecho de que cuando se dice “Dios” en español y en otras lenguas romances, en realidad se está invocando a Διός, Diós, forma genitiva de Zeus, el principal Dios de la mitología griega, y no al Ser Supremo que se revela por medio de Su Palabra, la Biblia.

El nombre propio, personal y único del Ser Supremo que se revela en la Biblia es Yahwêh.

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