viernes, 28 de diciembre de 2012

Justino Mártir y el milenarismo

La doctrina del milenarismo es una de las básicas del cristianismo primitivo. Sus orígenes se encuentran ya en los profetas del Antiguo Testamento, como Isaías, por ejemplo.

Pero ya en tiempos de Justino Mártir había comenzado el ataque en contra de esta doctrina, que se enlaza también con el Padrenuestro ("Venga tu reino") y con una serie de pasajes de los apóstoles Pedro y Pablo pero, sobre todo, del Apocalipsis.

Fue la gnosis la que atacó primeramente esta doctrina por considerarla materialista y contraria al Espíritu. Finalmente, al influjo de los dogmas gnósticos, la doctrina milenarista fue derrotada y desechada, aunque jamás se la condenó, debido a que así creían y enseñaban los Padres de la Iglesia.

Justino Mártir, pese al influjo que en él ejerció la filosofía griega, mantuvo su creencia en el reinado milenario de Jesucristo, y así lo expresa en una de sus principales obras, el Diálogo con Trifón.

 

80.
[1] Trifón replicó: -Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén (cf. Za 1,16?)? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? ¿O es que llegaste a esa conclusión sólo por dar la impresión de que nos ganabas de todo punto en la discusión?

[2] A lo que yo dije: -No soy yo tan miserable, oh Trifón, que diga otra cosa de lo que creo. Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas.

[3] Porque los que se llaman cristianos, pero son realmente herejes sin Dios y sin piedad, ya te he manifestado que sólo enseñan blasfemias, impiedades e insensateces. Para que sepan que no sólo digo esto delante de ustedes, lo saben, pienso componer, como pueda, una obra de todas las conversaciones tenidas con ustedes, y allí escribiré que confieso lo mismo que ante ustedes digo. Porque más que a hombres o a enseñanzas humanas (cf. Is 29,13; Mt 15,9; Mc 7,7), prefiero adherir a Dios y a las enseñanzas que de Él vienen (cf. Hch 5,29?).

[4] Si les sucede que se encuentran con algunos que se llaman cristianos y no confiesan eso, sino que se atreven a blasfemar del Dios de Abraham, del Dios de Isaac y del Dios de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir son sus almas elevadas al cielo, no los tengan por cristianos; como, si se examina bien la cosa, nadie tendrá por judíos a los saduceos y sectas semejantes de los genistas, meristas, galileos, helenianos, fariseos y baptistas (y no se molesten en oír todo lo que pienso), aunque se llaman judíos e hijos de Abraham, pero que sólo honran a Dios con los labios, como Él mismo clama, mientras su corazón está lejos de Él (cf. Is 29,13; Mt 15,8; Mc 7,6).

[5] Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne (cf. Ez 37,7-8. 12-14; Is 45,23-24; Rm 14,11), sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas (cf. Is 65,21; Ez 40?).


81.
[1] Isaías, en efecto, dijo acerca de este tiempo de mil años: «Porque habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y no se acordarán de las cosas del pasado ni les volverán al corazón, sino que hallarán alegría y regocijo, por tantas cosas que he creado. Porque he aquí que yo hago de Jerusalén regocijo y de mi pueblo alegría, y me regocijaré en Jerusalén y me alegraré sobre mi pueblo. Ya no se oirá en ella voz de gemido ni voz de llanto. Ya no habrá allí niño que muera al nacer, ni anciano que no llene su tiempo, porque el hijo todavía joven tendrá cien años, y será a los cien años que morirá el hijo pecador, y que será maldecido.

[2] Construirán casas y ellos mismos las habitarán, plantarán viñas y ellos mismos comerán sus productos. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. Porque, según los días del árbol de la vida, serán los días de mi pueblo: serán abundantes las obras de sus trabajos. Mis escogidos no trabajarán en vano ni engendrarán para maldición; porque son descendencia justa y bendecida por el Señor, y sus hijos con ellos. Y sucederá que antes de gritar ya los habré oído; mientras aún estén hablando diré: "¿Qué pasa?". Entonces pacerán juntos el lobo y el cordero; y el león, como un buey, comerá paja, y la serpiente tendrá como pan la tierra. No cometerán injusticia ni se mancharán sobre la montaña santa, dice el Señor» (Is 65,17-25).

[3] Ahora bien, la expresión -añadí yo- que en este pasaje dice: "Porque, según los días del árbol serán los días de mi pueblo (designa), así lo entendemos, las obras de sus trabajos" (Is 65,22), que significa misteriosamente los mil años. Porque como se dijo a Adán que el día que comiera del árbol de la vida moriría (cf. Gn 2,17), sabemos que no cumplió los mil años. Entendemos también que hace también a nuestro propósito aquello de: "Un día del Señor es como mil años" (Sal 89,4; cf. 2 P 3,8).

[4] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el "Apocalipsis" que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. Lo mismo vino a decir también nuestro Señor: "No se casarán ni serán dadas en matrimonio, sino que serán semejantes a los ángeles, pues serán hijos del Dios de la resurrección" (Lc 20,35-36).

(Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 80, 81.).


Yah, la forma poética abreviada del Nombre Divino

Yah, es una abreviatura poética de Yahwêh, el único nombre propio y personal de Dios (Éxodo 15:1, 2), que se representa por la primera mitad del Tetragrámaton hebreo hwhy (YHWH), es decir, las letras hebreas yohdh (y) y heʼ (h), décima y quinta, respectivamente, del alfabeto hebreo. Esta palabra, Yáh, aparece cincuenta veces en el Tanáj o Antiguo Testamento, veintiséis veces sola y veinticuatro veces en la expresión Aleluya o Haleluyah, la que, literalmente, significa ¡Alaben a Yáh! Algunas traducciones, como la Versión Popular, no reflejan en absoluto la existencia de la expresión hy, Yáh en el texto original. Otras la reflejan únicamente en la transliteración Aleluya, como la Versión Torres Amat, Nueva Biblia Española, La Biblia (versión de Moisés Katznelson). Otras versiones, aparte de los casos en que se utiliza la palabra aleluya, generalmente la sustituyen por Jehová, Yahweh, y utilizan Yah en contadas ocasiones. La Versión Moderna, por ejemplo, siete veces; la Biblia de Jerusalén (1972, 1975), una vez. La Versión Reina-Valera Actualizada de 1989, sustituye Yah por Jehová, aunque en las notas explicativas señala que en el texto original aparece la forma Jah, es decir, Yah, y mantiene la forma tradicional Aleluya. "Lit., Jah, forma corta y poética de Jehovah", dice la nota para Éxodo 15:2 en esta versión. En la versión Bover-Cantera se sustituye una vez por Yahveh y dos veces se elimina, y de las restantes, veinticuatro veces aparece como Yah y veintitrés dentro de la expresión Aleluya.

En el Nuevo Testamento, Yah aparece cuatro veces en la expresión Aleluya. (Apocalipsis 19:1, 3, 4, 6.). La mayoría de las versiones y traducciones se limitan a transcribir la expresión, pero no la traducen, como se afirma en "La Palabra 'Aleluya'". (Véase.).

Yáh no es una forma primitiva del nombre divino que se usara antes del Tetragrámaton, hwhy (YHWH). El nombre divino Yahwêh aparece en su forma completa ciento sesenta y cinco veces en el libro de Génesis, de acuerdo al Texto Masorético. Sin embargo, la forma abreviada no se encuentra hasta después de la salida de los hijos de Israel de la esclavitud en Egipto. (Éxodo 15:2.).

Normalmente, el monosílabo Yáh forma parte de las expresiones más conmovedoras de alabanza, cántico, oración y ruego. Este término se halla a menudo en los pasajes que relatan el regocijo que produce una victoria o una liberación, o cuando hay un reconocimiento de la mano poderosa y la fuerza de Dios. En este sentido, el registro bíblico proporciona abundantes ejemplos. Así, la frase: "¡Alaben a Yah!" (Aleluya) aparece en el libro de los Salmos como una doxología, es decir, como una expresión de alabanza a Dios. La primera de estas alabanzas se encuentra en el Salmo 104:35. En algunos salmos puede que solo esté al principio (Salmos 111; 112); esporádicamente, en medio de la composición (135:3); a veces, solo al final (Salmos 104; 105; 115–117); pero a menudo, tanto al principio como al final del salmo (Salmos 106; 113; 135; 146–150.). En el libro de Apocalipsis los seres celestiales alaban a Yahwêh con esta expresión en repetidas ocasiones. (Apocalipsis 19:1-6.).

El resto de los pasajes en los que aparece Yáh también denotan exaltación, tanto en las canciones como en las peticiones a Yahwéh. Por ejemplo, en la canción de liberación de Moisés (Éxodo 15:2), y en el registro de Isaías, en donde se consigue doble énfasis al combinar los dos nombres: Yah Yahwéh. (Isaías 12:2; 26:4.). Después de haber sido sanado milagrosamente cuando estaba a punto de morir, el rey Ezequías expresó con júbilo poético la intensidad de sus sentimientos repitiendo la expresión Yah. (Isaías 38:9, 11.). En las Escrituras se hace un contraste entre los muertos, que no alaban a Yah, y aquellos que están resueltos a vivir para Su alabanza. (Salmos 115:17, 18; 118:17-19.). Otros salmos también expresan aprecio a Yah por su liberación, protección y corrección. (Salmos 94:12; 118:5, 14.).

La Palabra "Aleluya"

La palabra aleluya, es el término más antiguo de todos los términos de alabanza. Se usa tanto en el cielo como en la tierra para adorar al Todopoderoso Creador (Apocalipsis 19:1-6.). Se trata de una transliteración de la expresión hebrea ha·lelu-Yáh, que aparece por primera vez en Salmo 104:35. En la Versión Reina-Valera Revisada de 1960, como en otras ediciones y revisiones de esta misma traducción, aparece como aleluya a través de todo el Antiguo Testamento, o Tanáj, así como también en el libro de Apocalipsis. Pero en otras traducciones y versione se vierte como "¡Alabad al Señor!" (Nueva Reina-Valera, 1990), "¡Alabado sea el SEÑOR!" (Nueva Versión Internacional, 1999), en tanto que otras versiones presentan lecturas más literales y apegadas al texto original, como "¡Halleluyah!" (Versión Kadosh, 2003), "Halelu-Yah" (Versión Israelita Nazarena, 2011), "¡Alaben a Jah!" (Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras—Con Referencias, edición revisada de 1987), "Aleluyah". (Reina-Valera Restaurada, 2011.). Desde el principio, la versión Reina-Valera presentó una transliteración de la expresión hebrea: "HaleluIAH" (La Biblia del Oso, Casiodoro de Reina, 1569) y después la forma usual "Aleluya" (Versión Reina-Valera Revisada de 1960). Es interesante notar que también se conoce una forma "¡Alabad a YH!", en la versión conocida como Biblia Textual, de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, tercera edición, 1999.

En la actualidad, la palabra aleluya se encuentra en casi todos los idiomas y lenguas, y es muy conocido por el uso que hacen de esta palabra ciertos grupos religiosos, aunque en su mayor parte no conocen el significado de esa expresión. La primera parte de la palabra, ha·lelu, es un imperativo que significa alaben, celebren o glorifiquen. La segunda parte, ya, es en realidad Yah.

En algunas obras modernas de consulta se puede leer: "(heb., alelluyah; gr., allelouia, alabado sea Jehovah o alabad a Jehovah). Una palabra de alabanza que se encuentra en la mayoría de los idiomas a los cuales ha sido traducida la Biblia. Este término a menudo es traducido ¡alabad a Jehovah! o ¡bendecid a Jehovah!, aunque la RVA ha conservado la transliteración del término con la palabra ¡aleluya! (Sal_104:35; Sal_105:45; Sal_106:1, Sal_106:48; Sal_111:1; Sal_112:1; Sal_113:1, Sal_113:9; Sal_115:18; Sal_116:19; Sal_117:2; Sal_135:1, Sal_135:21; los primeros y últimos vv. de los Salmo 146 al 150). El término, tal como aparece en Apo_19:1, Apo_19:3-4, Apo_19:6 es tomado de estos salmos." (Diccionario Bíblico, J. D. Douglas, Merrill C. Tenney, Equipo Internacional E-Sword, Biblioteca Hispana, 2003.).

"(Alabad a Jehová). Exclamación de alabanza. En hebreo la composición supone el uso de una abreviatura del Nombre (Jah, de Yahvéh). Como los judíos decían que el nombre de •Jehová era impronunciable, su tradición explica que este uso es antiquísimo y se desconoce su origen. La palabra ocurre en el AT solamente en el libro de los Salmos, algunas veces en su encabezamiento (111; 112; 113; 135, 146; 148; 149; 150), o al final (104; 105; 115; 116; 117), o en ambas posiciones (106; 113; 135; 146; 148; 149; 150) y en otras ocasiones traducida como "alabad a Jah" (135:3; 147:1). Comúnmente se llama a estos salmos "aleluyéticos".

"La primera parte de la palabra está en un plural imperativo, lo cual lleva a muchos a pensar que era una indicación o señal que daba quien dirigía el culto en el •templo esperando una respuesta pública. Estos himnos vinieron a ser muy importantes en las sinagogas. Los judíos consideraban a los salmos del 113 al 118 como una unidad desde el punto de vista litúrgico, llamada Hallel. Se recitaba en la celebración de la •Pascua. Posiblemente a ello se refieran dos evangelistas cuando dicen que Jesús y sus discípulos, después de la cena pascual, "cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos" (Mat_26:30; Mar_14:26). La palabra A. aparece en el NT en el libro de Apocalipsis cuatro veces, cuando se narra la alegría celestial "¡... porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!" (Apo_19:1, Apo_19:3-4, Apo_19:6)." (Nuevo Diccionario de la Biblia, Alfonso Lockward y Editorial Unilit, Equipo Internacional e-Sword, Biblioteca Hispana, 2009.).

"hebreo hallelu-yah, alabad a Yahvéh. Voz de júbilo y alabanza al Señor usada en el culto divino desde el A. T. Voz que aparece principalmente al principio y al final de varios Salmos, por ejemplo, Sal 111 (110), 1; 115 (113B), 18. En el capítulo 19 del Apocalipsis, se encuentra el único caso en que se emplea el a. en el N. T., y es un grito victorioso y de alabanza al poder divino, a la victoria final de Dios sobre los demás poderes. El a. fue incorporado a la liturgia cristiana en demostración de júbilo en sus festividades, sobre todo, en la celebración de la resurrección de Jesucristo." (Diccionario Bíblico Digital, Pierre Jean Montana M., Equipo Internacional e-Sword, JAGH, 2010.).

"(hebr. hallelú-yáh. load a Yah [= Yahvéh]), exclamación litúrgica en Tob 13,22 y especialmente en los salmos aleluyáticos (111S al principio; 104S 115-117 al final; 106 113 135 146-150 al principio y al final). El a. es una expresión litúrgica muy antigua (cf. las diversas lecciones de LXX y Vg), originariamente pronunciada por el cantor, el sacerdote y los levitas, después repetida por el pueblo (alternando [?] cf. Sal 106,48)." (Diccionario según la Biblia de Jerusalén, Yamil Cáceres (Ya1000caceres@gmail.com).).

"Término abreviado del hebreo ("Alabad a Yaweh (hall`lu-yah). Se emplea en la liturgia pascual y festiva y habitualmente se identifica con "alegría". Aparece en Tobías (13.22) y en diversos salmos llamados aleluyáticos: 104, 115 a 117 y 146 a 150.

"En el Nuevo Testamento sólo aparece una vez, en el grito de triunfo de los ángeles contra la gran meretriz (Roma) como señal de la llrgada del final de los tiempos y el triunfo del bien. Se expresa cuatro veces en ese grito (Apoc. 19. 1-9) en referencia al gozo de haber vencido al mal.

"Es probable que ya se usara entre los cristianos en tiempos apostólicos. Desde luego, se hace frecuente en el siglo II. Y es posible que fuera expresión muy empleada en determinadas comunidades cristianas más afines, o al menos no antagónicas con relación a las sinagogas radicales, como eran las de Siria y Egipto." (Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Pedro Chico González, Editorial Bruño, Lima, Perú, 2006, Equipo Internacional e-Sword, Biblioteca Hispana, 2009.).

"Transliteración de la expresión litúrgica heb.heb. hebreo hallƒluÆ-yaÆh = "alabad a Yah", la forma abreviada de Yahvéh (véase * Dios, Nombres de), que aparece 24 veces en el salterio. Aunque se trata de una sola variante de varios llamados a la alabanza, el hecho de que con una sola excepción (Sal. 135.3) siempre se encuentra al principio o al final, y únicamente en los salmos anónimos, que son presumiblemente los últimos que se compusieron, sugiere que se había convertido en una forma normal posexílica para instar a la alabanza en el culto del templo.

"Los salmos en los que figura la expresión pueden agruparse de la siguiente manera: (1) Sal. 104–105 (al final), 106 (al comienzo y al final, en el que la segunda forma parte de la doxología del IV libro de Salmos). (2) Los Sal. 111–113 (al comienzo), 115–117 (al final). Casi seguramente la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) coloca correctamente la repetición del final del Sal. 113 al comienzo del Sal. 114, completando de esa manera la serie. (3) Sal. 135, al comienzo y al final, pero la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) coloca correctamente a esta última al comienzo del Sal. 136. (4) Sal. 146–150 al comienzo y al final de cada uno.

"El culto cristiano adoptó la invitación neotestamentaria ("¡Aleluya!", Ap. 19.1, 3–4, 6). La mayor parte de los salmos en los que figura la expresión cumplen un papel especial en el culto en las sinagogas. Los Sal. 113–118, eh Hallel egp.egp. egipcio se cantan en las festividades de la *pascua, de *Pentecostés, de los *tabernáculos y de la *dedicación; en la primera se cantan los Sal. 113–115 antes de la comida, y los Sal. 115–118 después de la tercera copa (cf.cf. confer (lat.), compárese Mr. 14.26). Los Sal. 135 y 136 se cantan en el día de reposo, y el gran Hallel (Sal. 146–150), con el Sal. 145, en todos los cultos matutinos.

"Bibliografía. C. Westermann, "Alabar", °DTMAT°DTMAT E. Jenni y C. Westermann (eds.), Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, trad. del alemán por J. A. Mugica, 1978, (véase THAT), t(t).t(t). tomo(s) I. cols. 692–702; P. Beauchamp, Los Salmos noche y día, 1981, pp.pp. página(s) 87–118.

"H.L.E.H.L.E. H. L. Ellison, B.A., B.D., ex Profesor tutor principal, Moorlands Bible College, Inglaterra." (Nuevo Diccionario Bíblico Certeza, Ediciones Certeza, módulo para el sistema e-Sword creado por Arturo Lázaro, agrónomo y estudiante de la Biblia, elyon_elohah@yahoo.com.).

La Palabra “Aleluya”

 

Dios,… cuando decimos “Dios”, ¿qué estamos diciendo en realidad?

Indudablemente el concepto teológico, filosófico y antropológico de Dios hace referencia a un Ser Supremo, una Deidad Suprema.
En castellano es la palabra que se usa para referirse a un Ser Supremo, Omnipotente y Personal en las religiones teístas y deístas, así como en otros sistemas de creencias, quien es o bien la única Deidad, como en el monoteísmo, o la Deidad principal, en algunas formas de politeísmo, como en el henoteísmo. Pero Dios también puede referirse a un ser supremo no personal, como en el panteísmo, y en algunas concepciones es una mera idea o razonamiento sin ninguna realidad subsistente fuera de la mente, como en los sistemas materialistas. A menudo, también, Dios es concebido como el Creador sobrenatural y supervisor del universo. Los teólogos han adscrito una amplísima variedad de atributos a las numerosas concepciones diferentes de Dios. Entre estos, los más comunes son omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, omnibenevolencia, simplicidad divina y existencia eterna y necesaria. También, Dios ha sido concebido como de naturaleza incorpórea, un ser personal, la fuente de toda obligación moral y el mayor ser concebible con existencia. Estos atributos fueron descritos en diferentes grados por los primeros filósofos-teólogos judíos, cristianos y musulmanes, incluyendo a Maimónides, el apóstol Pablo y Al-Ghazali, respectivamente. Muchos destacados filósofos medievales y modernos desarrollaron argumentos a favor de la existencia de Dios. Y, de manera análoga, numerosos filósofos e intelectuales contemporáneos de renombre han desarrollado argumentos en contra de la existencia de Dios.
A menudo, Dios es imaginado como una fuerza de la naturaleza o como un ente consciente que se puede manifestar en un aspecto natural. El gnosticismo plantea la necesidad de la previa definición precisa de la palabra, debido, precisamente, a su gran ambigüedad y oscuridad de significado y uso.
Pero, la definición más común de Dios sigue siendo la de un ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente, creador, juez, protector y, en algunas religiones, salvador del universo y de la humanidad.
En español, lo mismo que en otras lenguas romances, la palabra dios viene directamente del latín deus, que significa deidad, dios. La palabra latina, a su vez, deriva del indoeuropeo *deiwos, que proviene de la raíz *deiw, que quiere decir brillar o ser blanco, de la que deriva, asimismo, el término griego Ζεύς, Zeus. De hecho, la palabra castellana dios es idéntica en pronunciación a la griega Διός, Diós, forma genitiva de Zeus, el principal Dios de la mitología griega. Por lo tanto, cuando decimos Dios en realidad estamos invocando a Zeus.  De esta misma raíz indoeuropea derivan el latín dies, que significa día, y el griego δῆλος, que quiere decir visible, patente. Pese a su parecido con la palabra griega análoga θεός, theós, deidad, dios, este deriva de la raíz indoeuropea *dhēs, de significado desconocido, pero que originó en latín palabras de significado originalmente religioso, como feria o fanatismo.
La forma indoeuropea *deiw-os aparece en muchas familias indoeuropeas sistemáticamente asociadas a *pəter, padre en la forma compuesta *dyeu-pəter. En sánscrito tardío la forma aparece como dyaus pitar, dios padre, es decir, padre de los dioses, mientras que en griego existe la forma Ζεὺς Πατῆρ (Zeùs Patḗr), Padre Zeus, análoga a la latina Iuppiter, dios padre, es decir, Júpiter. El latín deus, en otras lenguas romances, derivó en deus (gallego y portugués), dieu (francés), dio (italiano), déu (catalán) o [dumne] zeu (rumano), entre otras.
En las lenguas germánicas, en tanto, la palabra proviene de la raíz protogermánica *ǥuđan, de donde vienen god (inglés) y gott (alemán). Esta raíz derivaría de la forma indoeuropea reconstruida *ǵhu-tó-m, la que proviene de la raíz *ǵhau(ə)-, que significa llamar, invocar.
En español, se hace referencia al dios del judaísmo, del cristianismo y del islamismo con mayúscula inicial, Dios, como se hace con cualquier nombre propio. Y también los pronombres y adjetivos relativos a Dios se escriben de esa manera, como una forma de respeto en los textos religiosos pero también en los textos de la vida diaria, de manera que, por ejemplo, se escribe el Señor, Él, , etcétera.
Sin embargo, Dios, Señor, no son un nombre propio, sino sustantivos comunes que se usan como mero título, ya sea individualmente o en conjunto, dando títulos compuestos como el Señor Dios y Dios el Señor que, por su misma formulación, carecen de verdadero sentido.
El escrúpulo de mesiánicos, nazarenos y judíos proviene del hecho de que cuando se dice “Dios” en español y en otras lenguas romances, en realidad se está invocando a Διός, Diós, forma genitiva de Zeus, el principal Dios de la mitología griega, y no al Ser Supremo que se revela por medio de Su Palabra, la Biblia.

El nombre propio, personal y único del Ser Supremo que se revela en la Biblia es Yahwêh.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Alfa y la Omega

Se trata de la primera y última letras del alfabeto griego, y se escriben A y W en mayúsculas, o a  y w en minúsculas. En el libro de Apocalipsis, se encuentran tres veces como un título. La aparición de dicho título como parte de la lectura principal en Apocalipsis 1:11, como, por ejemplo, en la Versión Reina-Valera, no tiene el apoyo de algunos de los manuscritos griegos más antiguos que se conocen, como el Alejandrino, el Sinaítico y el Ephraemi Rescriptus, razón por la cual se omite en el texto principal de casi todas las traducciones y versiones modernas.
Apocalipsis 1:7-9, como aparece en el Diaglotón Enfático, en inglés.

Si bien la mayoría de los comentaristas aplican indistintamente este título tanto a Dios como a Jesucristo, un examen más cuidadoso demuestra que es privativo del Dios y Padre de Jesucristo, el Dios Todopoderoso. El primer pasaje de Apocalipsis indica que originalmente fue Dios quien dio la revelación y la transmitió mediante Jesucristo, por lo que algunas veces el hablante (por medio de un representante angelical) es Dios mismo y otras es Jesucristo. (Apocalipsis 22:8.). Así, Apocalipsis 1:8 dice: “Yo  soy el alfa y la omega,  dice el Señor Dios[1], el  que es, el que era y el  que viene, el  todopoderoso.” (La Santa Biblia, Martín Nieto.). Aunque Apocalipsis 1:7 habla de Jesucristo, es absolutamente claro que en el versículo siguiente, Apocalipsis 1:8, se está haciendo referencia al Dios Todopoderoso, el Dios y Padre de Jesucristo mismo. “No se puede tener absoluta seguridad de que aquí el escritor quisiera referirse específicamente al Señor Jesús […] No es una incongruencia suponer también que aquí el escritor quisiera referirse a Dios como tal.”[2]
Este título aparece de nuevo en Apocalipsis 21:6, y en el versículo siguiente se identifica a la persona que habla, al decir: “El que venciere heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y el será mi hijo.” (Versión Moderna.). Dado que Jesús se refirió a los que son herederos con él en su Reino como “hermanos”, no como “hijos”, el que habla tiene que ser el Padre Celestial de Jesús, Yahwéh ‘Elohím. (Mateo 25:40; compárese con Hebreos 2:10-12.).

Los primeros versículos del capítulo 1 de Apocalipsis, como aparece en el programa de estudio e-Sword: en la pantalla,
Nestle-Aland 26th/27th edition Greek New Testament, 2003.

La última vez que aparece este título es en Apocalipsis 22:13, donde se dice: “Yo soy, el Alpha y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin.” (Versión Moderna.). En este capítulo de Apocalipsis se registran las palabras de diversas personas: los versículos 8 y 9 muestran que el ángel le habló a Juan, es obvio que el versículo 16 aplica a Jesús, la primera parte del versículo 17 se atribuye al “espíritu y la novia” y está claro que el que habla en la parte final del versículo 20 es Juan mismo. Por lo tanto, “el Alfa y la Omega” de los versículos 12-15 puede ser identificado apropiadamente como el mismo que lleva ese título las otras dos veces: Yahwéh ‘Elohím, el Dios y Padre de Jesucristo. La expresión del versículo 12: “He aquí, yo vengo presto, y mi galardón está conmigo, para dar la recompensa a cada uno según sea su obra.”, no obliga a aplicar los versículos 13-15 a Jesús, dado que Dios también dice de sí mismo que “está saliendo” para ejecutar juicio. (Compárese con Isaías 26:21.) Malaquías 3:1-6 habla de una venida conjunta de Yahwéh ‘Elohím y de su “mensajero del pacto” para juzgar.
El título “el Alfa y la Omega” transmite la misma idea que las expresiones “el Primero y el Último” y “el Principio y el Fin” cuando se emplean con referencia a Yahwéh ‘Elohím. Antes de Él no hubo ningún Dios Todopoderoso y no habrá ninguno después de Él.



[1] Aquí, la frase Señor Dios, es vertida como Yahweh Elohim en la Versión Israelita Nazarena, en tanto que la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras—Con Referencias, edición revisada de 1987, presenta Jehová Dios, lectura similar a la que suele aparecer en la Reina-Valera de 1909 y de 1960, por ejemplo, en el Antiguo Testamento. Existen otras traducciones y versiones que presentan una lectura similar en el texto principal, como la Kadosh y la Reina-Valera Restaurada de 2011.
[2] Barnes’ Notes on the New Testament, 1974.

Esmirna


Esmirna deriva su nombre del griego Σμύρνη, Smýrni, Smyrna, de donde se deriva también el nombre turco actual de la ciudad, İzmir, que es una contracción de su antiguo nombre. En la actualidad es la tercera ciudad de Turquía en población, después de Estambul y Ankara. Está ubicada en la costa oriental del Mar Egeo, inmediata al golfo de su nombre, entre las penínsulas de Foça y Clazómenes. Tradicionalmente, se ha explicado el nombre como significando “mirra” y hasta ha habido quienes han escrito hermosos artículos sobre la iglesia de Esmirna basados en ese significado atribuido. Los eruditos, sin embargo, dudan que ese sea su significado original y la tendencia actual es asociar el nombre de la ciudad con el de la diosa anatólica Samorna.
Hay quienes dicen que se trata de una ciudad de antigua data y que habría sido fundada por los léleges hacia el 3000 a. de J.C. en el sitio de Tepekule, cerca de la actual Bayrakli. Entre 2000 y 1200 a. de J.C., fue sometida al Imperio hitita. Habría sido atacada también por los ahhiyawa,  Tras la caída de Hattuššaš y el derrumbe del Imperio hitita, fue ocupada por lo eolios, emigrados desde la Grecia continental a Anatolia hacia el 1000 a. de J.C. tras la caída de las ciudades-estados micénicas a consecuencias de la invasión dórica. Más tarde fue ocupada por los jonios, con quienes alcanzó su apogeo.


Otra vista del ágora de Esmirna.

Fue conquistada en 688 a. de J.C. por Colofón, convirtiéndola en una ciudad-estado que formó parte de la Liga Jónica. Estuvo en constantes enfrentamientos con las cercanas ciudades de Pérgamo y Éfeso. En 600 a. de J.C., Aliates, rey de Lidia, la conquistó, y en 546 a. de J.C. pasó a formar parte del Imperio persa. Más tarde fue arrasada y durante los siglos venideros perdió toda importancia, hasta que Alejandro el Grande de Macedonia hizo construir, muy cerca de su emplazamiento original una nueva ciudad, la que en 302 a. de J.C. pasó a poder de Lisímaco, anterior general de Alejandro, luego de vencer a Antíoco I Monoftalmos. Pero posteriormente pasó a poder de los seléucidas y después a Pérgamo. Los seléucidas intentaron volver a someter Jonia. Esmirna fue atacada por los Atálidas de Pérgamo. En 189-188 a. de J.C., los seléucidas fueron finalmente expulsados de Jonia y de Anatolia y Esmirna recibió territorios por haber combatido del lado de Roma, beneficiándose de una independencia protegida por los romanos. La ciudad recibió a varios políticos romanos exiliados.
Entre los años 89 y 85 a. de J.C., Esmirna, como las otras ciudades de Asia Menor, apoyó a Mitrídates VI Eupátor del Ponto en su guerra contra Roma. El general romano Sila emprendió la conquista de Asia Menor y tomó la ciudad de Esmirna, obligando a todos los ciudadanos de la misma, en castigo, a desfilar desnudos en pleno invierno. Tras la paz de Dardanos, firmada en el año 85 a. de J.C., que puso fin a la guerra entre Roma y Mitrídates, Esmirna, como la mayoría de las ciudades libres de Anatolia occidental y del Egeo, pasó a formar parte de la provincia romana de Asia.
Sufrió después las consecuencias de las guerras civiles que afectaron al Imperio romano.
Es probable que el cristianismo se haya introducido en la ciudad debido a la obra misional del apóstol Pablo o de alguno de sus colaboradores o conversos. El hecho es que dentro de la ciudad se formó una comunidad o iglesia que mereció ser mencionada por el apóstol Juan por nombre en su Apocalipsis. Los cristianos de Esmirna sufrieron persecuciones a la vez que debieron enfrentar el embate de doctrinas tales como el gnosticismo, el nicolaismo y el marcionismo.

Vista actual del ágora de Esmirna.

En la revelación dada a Juan, el glorificado Jesucristo dijo que la iglesia de Esmirna era materialmente pobre, pero espiritualmente rica. Había pasado por pruebas como la tribulación y la persecución y hasta tuvo que soportar la blasfemia de algunos que se hacían llamar judíos pero que en realidad eran una sinagoga de Satanás. Sin embargo, a pesar de todo eso, a los cristianos de Esmirna se les dio ánimo para que no temieran lo que todavía tendrían que sufrir sino que fuesen fieles hasta la mismísima muerte si era preciso a fin de que recibieran la corona de la vida. (Apocalipsis 2:8-11.).
Su historia temprana testifica de una iglesia fuerte en la fe. Policarpo, quien fuera epískopos de Esmirna, sufrió el martirio dentro de sus muros.
Después de dividirse el Imperio romano, Esmirna continuó formando parte del Imperio oriental durante unos cinco siglos, hasta que en 1084 fue ocupada por los turcos selyucíes, aunque dicha ocupación solo duraría trece años, siendo recuperada por los bizantinos. En 1322, los turcos otomanos la tomaron y luego pasó al dominio de Chipre, de Venecia e incluso de los Estados Pontificios (Roma) antes de ser nuevamente ocupada, y definitivamente, por los turcos otomanos, en 1424, hasta 1920, cuando fue ocupada por los griegos tras la desintegración del Imperio otomano. En 1922, tras la guerra grecoturca, volvió a manos de Turquía.

 

 

TIATIRA


Tiatira fue una ciudad de Lidia, Anatolia, en los confines de Lidia y Misia, especialmente famosa por su industria tintorera. Corresponde a la actual ciudad turca de Akhisar. Nunca fue una gran ciudad ni tampoco un centro de especial importancia política. Sin embargo, fue un próspero centro industrial, destacado por diversas actividades artesanales, como los tejidos, la tintura, el trabajo del cobre, el curtido, la alfarería, entre otras. Los diversos artesanos estaban organizados en gremios, siendo uno de los más importantes el de los tintoreros., conocedores del secreto de la tintura de púrpura con raíz de rubia, en lugar de hacerla con crustáceos, como se hacía, por ejemplo, en las ciudades de Fenicia. En las inscripciones aparece con frecuencia el negocio de la tintura. Quienes trabajaban en Tiatira con los tintes utilizaban la raíz de la rubia (también llamada granza) como base para su famoso color púrpura escarlata, conocido en tiempos posteriores como laca y que finalmente se conoció como rojo de Turquía.

Ruinas de la antigua basílica existente en la ciudad de Tiatira, que se han datado entre los siglos II y VI.

La ciudad habría sido originalmente conocida como Πελοπία, Pelopia. Pero la ciudad era de alguna antigüedad cuando menos, quizá si desde finales del Imperio hitita. Con el tiempo decayó y finalmente casi desapareció. Fue refundada por Seleuco I Nikátor (358-280 a. de J.C.), que la colonizó con población griega, convirtiéndola en uno de los núcleos helenísticos de la Anatolia occidental.
En efecto, el nombre clásico de la ciudad, Tiatira, Thyatira o Thyateira viene del griego koiné Θυάτειρα, Thuateira, con que la llamó Seleuco I Nikátor en 290 a. de J.C. Él estaba en guerra con Lisímaco cuando se enteró que su mujer había dado a luz una hija. De acuerdo a Estéfano de Bizancio, él llamó a la ciudad thuateira, del griego θυγατήρ (thugater), θυγατέρα (thugatera), que significa hija. Sin embargo, se dice que es posible que éste sea su antiguo nombre, de origen lidio[1].
La ciudad estaba ubicada sobre el río Lycus, tributario del Hermus, en el norte de Lidia, pero tan cerca de Misia que incluso los antiguos, por error, con frecuencia se referían a ella como una ciudad misia.
Aunque Tiatira se convirtió en la capital comercial del valle del Lycus, nunca llegó a ser una metrópoli como Éfeso, Pérgamo o Esmirna.
Su pacífica existencia peligró en el año 190 a. de J.C., cuando Antíoco III el Grande, en su lucha contra Roma, la ocupa militarmente. Sin embargo, la batalla entre el rey seléucida y Lucio Cornelio Escipión Asiático, el general romano, se libró en Magnesia, unos 65 kilómetros al sur, por lo que no sufrió daños. Quinientos años después, aproximadamente, en 366 d. de J.C., cuando el emperador romano Valente derrotó al usurpador Procopio en la batalla que tuvo lugar cerca de la ciudad, tampoco sufrió daños.

Ruinas de Tiatira.

De su oscuro origen, se sabe que fue ciudad sagrada de Tirimnos, el antiguo dios-Sol de los lidios, generalmente representado como un dios jinete. Este dios probablemente se derive del antiguo dios de la Tempestad de las poblaciones asiánicas, Taru[2], llamado por los luwitas[3], y quizá también por los hititas, Tarhunn o Tarhund(aš), bien conocido como el dios de las Tormentas de Hattussas, la capital del Imperio hitita. Frecuentemente era denotado por el ideograma sumerio para su contraparte akkadia, Adad. Se trata de una divinidad típicamente anatólica, de quien existieron casi innumerables variedades locales y especializadas en todos los centros cultuales. Los dioses de la tormenta de Nerikka[4] y Zippalanda eran considerados como hijos de la pareja divina.  Estaba asociado con el toro sagrado y en los monumentos aparece ya sea atendido por una pareja de toros divinos o conduciendo sobre las montañas un carro tirado por toros. En el culto mismo, Tarhund pudo haber estado representado por un toro. A veces era representado teriomórficamente como un toro o de pie sobre su animal cúltico oficial, como su sucesor clásico, Iupiter Dolichenus. Frecuentemente, las deidades eran representadas por un símbolo asociado u otros recursos. En el período imperial, este dios porta una porra o maza, semejante a su contraparte del período tardío, Tarhundas, el cual es representado blandiendo un hacha[5] y un rayo[6].  Un ejemplo de ello es la talla en la roca de una deidad con espada, en Yazilikaya[7], un lugar situado cerca de la actual localidad turca de Bogasköy. Una cabeza humana corona la empuñadura, la cual está esculpida en la forma de cuatro leones agazapados.
Se sabe de la existencia en la ciudad de un templo dedicado a una deidad llamada Sambate, cuyos oráculos eran dados por una profetisa. Algunos eruditos del Nuevo Testamento han opinado que las palabras del apóstol Juan a los cristianos de Tiatira, “toleras a esa mujer Jezabel, que dice que es profetisa; y enseña a mi pueblo (y los seduce) a cometer fornicación, y a comer de lo que se ofrece a los ídolos” (Apocalipsis 2:20), se refieren a ella. W. M. Ramsay, en tanto, hace una interpretación distinta cuando ve referencias a cristianos que todavía vivían bajo la disciplina de sus respectivos gremios y que, por lo mismo, seguían tomando parte de algunas prácticas contrarias a la moralidad cristiana y otras no menos dudosas, durante las fiestas y otras reuniones gremiales, las que, por supuesto, tenían un alto contenido religioso.
Sin embargo, ha de considerarse la referencia del apóstol Juan a “esa mujer Jezabel” como alusión a una lideresa de un grupo de gnósticos semejantes a los de Pérgamo, que seguían la enseñanza de Balaam.
Es posible que la ciudad haya sido visitada por el apóstol Pablo y por su compañero de misión, Silas, durante su segundo viaje misional, aunque la evidencia es enteramente circunstancial. El apóstol visitó varias pequeñas y no identificadas ciudades en la vecindad general durante dicho viaje. Cuando estaba en Filipos, ciudad de Macedonia, Pablo y Silas conocieron a una mujer llamada Lidia, originaria de Tiatira, quien les ayudó incluso después que fueron encarcelados y liberados de la prisión.
En efecto, Lidia y su casa estuvieron entre las primeras personas de Europa en aceptar el Evangelio de Jesucristo predicado por el apóstol Pablo en la ciudad de Filipos, alrededor del año 50 d. de J.C. Y, como ya se dijo, ella procedía de la ciudad minorasiática de Tiatira. En Filipos ella vendía púrpura, lo que puede ser una referencia tanto al tinte como a los tejidos ya teñidos. Aparentemente, esta mujer era jefa de familia, lo que incluiría el tener esclavos y personal pagado, en cuyo caso es posible que fuera viuda, aunque igualmente pudo ser soltera. (Hechos 16:14, 15.).
Por otra parte, el que la Escritura la llame “temerosa de Dios” (Torres Amat; Nácar-Colunga), “adoradora de Dios” (Besson, 1948), “reverenciaba a Dios” (Peshítta en español), “temerosa de YAHWEH” (Kadosh, 2003), debe significar que era una prosélita del judaísmo. Debido a que probablemente había pocos judíos en Filipos y no tenían sinagoga, ella y otras mujeres devotas se reunían casa shabat junto a un río, a las afueras de la ciudad. Después de haber sido bautizada, hospedó en su casa a Pablo y sus compañeros, como ya se ha dicho. (Hechos 16:11-15.).
Es posible, también, que Lidia fuera representante de los tintoreros de Tiatira en Filipos y otras áreas vecinas, una mujer de negocios de buena posición económica que poseía una casa lo bastante espacioso como para hospedar a Pablo y a sus compañeros de misión durante su estancia en esa ciudad.

 
Otra vista de las ruinas de Tiatira.

No se sabe cuándo se introdujo el cristianismo en Tiatira, como tampoco quién lo llevó. Tampoco hay registro cierto de que Pablo u otros evangelizadores hayan visitado la ciudad, como tampoco de que Lidia haya regresado a su ciudad de origen con el mensaje cristiano. Es posible, sin embargo, que el mensaje del Evangelio llegara a Tiatira durante los dos años, 53 al 55, que Pablo estuvo predicando en Éfeso, que dista unos 115 kilómetros al suroeste de Tiatira, pues el médico Lucas dice que durante aquel tiempo “pudieron oír la palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos.” (Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.). Lo que sí está absolutamente probado es que unos cuarenta años después existía una comunidad cristiana activa y fuerte, ocupada en la predicación del Evangelio, a la que el apóstol Juan dirigió una carta.

 


[1] De Urbibus (Sobre las Ciudades), Estéfano de Bizancio; Θυγάτηρ, en A Greek-English Lexicon, Henry George Liddell, Robert Scott, en Perseus Project, consultado el 26 de diciembre de 2012 en http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus%3Atext%3A1999.04.0057%3Aentry%3Dquga%2Fthr.
[2] El término Taru es el antecesor del griego Taurós, el latín Taurus y el español Toro. El dios de la tempestad tuvo, en todas partes del mundo antiguo, como atributo al toro o uro.
[3] Los luwitas fueron las primeras poblaciones indoeuropeas instaladas en la Anatolia meridional y occidental, y de cuyo nombre, Luwa, se derivaron las antiguas designaciones de Lukka, Licia y Lidia para ciertas regiones de la Anatolia occidental.
[4] Nerik.
[5] El hacha bicéfala es también un antiguo símbolo o atributo divino, que se encuentra en Anatolia, en Creta y en las islas del Egeo, así como también en Grecia. Se ha dicho que el origen de este atributo se encuentra en Anatolia, desde donde se habría extendido primero a Creta y de ahí a la cuenca del Egeo.
[6] El rayo es, en los tiempos clásicos, el arma de Zeus y de su contraparte romana, Iupiter.
[7] Es decir, la “Roca Inscrita”. Se trata de una localidad vecina al sitio de la antigua Hattussas, donde se erigió un templo al aire libre, y en cuyas paredes se grabaron las imágenes de una serie de divinidades principales del panteón hitita.

Pérgamo


PÉRGAMO. La ciudad de Pérgamo, llamada Πέργαμος, Pérgamos, en griego, estaba situada en la sección noroccidental de Anatolia, a 30 kilómetros del mar Egeo y frente a la isla de Lesbos, en la región que se llamó Eólida. Sus ruinas rodean a la actual ciudad turca de Bergama, construida sobre los cimientos de lo que fue la parte baja de la antigua Pérgamo. Originalmente, Pérgamo fue solo una fortaleza muy bien situada sobre una escarpada colina y protegida por el curso de dos ríos pero, con el tiempo, se formó una ciudad que se extendió por el valle y la colina se transformó en la acrópolis.
Existen varias leyendas sobre la fundación de la ciudad. Una de ellas dice que fue fundada por Pérgamos, hijo de Neoptolomeo y Andrómaca, personajes de la guerra de Troya. En 560 a. de J.C., la ciudad pertenecía a Creso, rey de Lidia, y enseguida pasó a manos de Ciro II el Grande de Persia. Algunas fuentes dicen que cuando Alejandro el Grande de Macedonia derrotó a Darío III de Persia y se hizo con toda el Asia Menor, puso como gobernadora de Pérgamo a Barsine, que era viuda de un comandante persa de Rodas.
 
 
A LA IZQUIERDA, maqueta de Pérgamo, actualmente en el Staatliche Museen de Berlín.
 
El origen de la gran ciudad que llegó a ser, está en una ciudadela situada en la parte más alta, donde el general Lisímaco de Tracia guardó sus tesoros. Se cree que reunió una gran riqueza, hasta 9.000 talentos, que junto con otras riquezas dejó en aquel lugar al cuidado del gobernador del área, llamado Filetero[1].
En 281 a. de J.C., se enfrentaron Lisímaco de Tracia y Seleuco I Nikátor, muriendo Lisímaco. Poco después, en el año 280 a. de J.C., Seleuco murió asesinado y le sucedió su hijo Antíoco I Sóter. Esta coyuntura fue aprovechada por Filetero para declarar la independencia de Pérgamo, lo que no le costó mucho debido a las circunstancias reinantes y a que se había apoderado del tesoro que custodiaba por encargo de Lisímaco. Y de esta manera, sin gran esfuerzo, Pérgamo y sus ciudades y pueblos dependientes dejaron de formar parte del imperio de los seléucidas. Durante el reinado de esta dinastía, los Atálidas, Pérgamo se convirtió en una rica y poderosa potencia anatólica y del Egeo. En esta ciudad nació el arte de la jardinería. Sus reyes fueron grandes coleccionistas de artes y buenos bibliógrafos.
A Filetero, que era eunuco y que por lo tanto no tenía hijos, le sucedió su sobrino Eumenes, a quien adoptó como hijo, y que reinó como Eumenes I, desde el 263 al 241 a. de J.C. Aprovechando las rivalidades entre ptolomeos y seléucidas por el dominio del Próximo Oriente antiguo, Eumenes se alió con Egipto, consiguiendo el apoyo de ese reino contra las pretensiones de Antíoco I. Una gran hazaña de Eumenes fue el haber detenido con su ejército mercenario la invasión de tribus célticas, mejor conocidas como galos, de donde la designación local de gálatas, que se habían adentrado en Anatolia[2]. Otro de los logros de Eumenes fue el embellecimiento de la ciudad capital de su reino.
Eumenes I fue sucedido por Átalo I Sóter, quién reinó desde 241 al 197 a. de J.C. Entre sus logros, fue capaz de luchar y vencer nuevamente a los gálatas, quienes habían vuelto a irrumpir en la zona y en el año 230 a. de J.C. pudo infringirles una severa derrota tras unas cuantas campañas. También luchó contra Antíoco III Megas, a quien venció. A consecuencias de esta victoria, el reino de Pérgamo se extendió a través de toda Anatolia noroccidental. Al mismo tiempo, Átalo fue capaz de establecer y mantener una buena alianza con Roma, que ya se asomaba como gran potencia en la Egeida. Durante su reinado, Pérgamo se destacó como un gran centro artístico y literario y su biblioteca llegó a ser la más importante del mundo conocido, después de la de Alejandría de Egipto.
Eumenes II Sóter reinó desde 197 hasta 159 a. de J.C. Durante su reinado se construyó el gran altar de Zeus, obra máxima del arte helénico, en el que algunos han visto el trono de Satanás de que habla el apóstol Juan en el Apocalipsis.
Átalo II reinó entre 138 y 133 a. de J.C. Después de él hubo dos reyes de efímero reinado, Átalo III y Eumenes III Aristónico. Átalo II legó en su testamento su reino al pueblo romano. Bajo el dominio de Roma, Pérgamo se convirtió en la capital de la provincia romana de Asia y en una de las ciudades más importantes de la Antigüedad.
  
A la izquierda, la acrópolis de
Pérgamo.
 
La acrópolis estaba construida en todo lo alto de una elevada colina, dominando el valle del río Selinus, a una altura de unos 335 metros sobre el nivel del mar. La cima es una especie de plataforma ligeramente inclinada hacia el poniente y que desciende hacia el sur a modo de terrazas, cada una de las cuales presenta una absoluta independencia funcional y arquitectónica, como adaptación de la arquitectura al terreno descendente, de modo que las terrazas llegan a ser un elemento más de la construcción. Los arquitectos supieron dar forma a la estructura de las terrazas y consiguieron el cuadro total de cada edificio haciendo uso de los pórticos y las columnas sin temor alguno de alargarlas en grandes proporciones ni de alcanzar uno o dos pisos de altura. Y aunque siguieron fórmulas tradicionales, incorporaron la novedad de integrar el paisaje en la composición arquitectónica, idea que resultaba totalmente nueva y diferente del sistema de construcción de la ciudad griega anterior a este tiempo. La ciudad, por motivo de esta configuración, quedó conformada por tres secciones bien definidas, que son: (1) la ciudad baja, actualmente enterrada y cubierta por la actual ciudad turca de Bergama; (2) la ciudad media, que ha conservado las murallas antiguas de tiempos de Átalo I. Entre los principales edificios de esta sección de la ciudad pueden señalarse los gimnasios, edificados en tres niveles diferentes y el templo de la diosa Deméter, mandado construir por Filatero; y, (3) la ciudad alta, que corresponde a la acrópolis, la que Filatero custodiaba por orden de Lisímaco. Era una ciudadela de tipo religioso, residencial y militar y fue construida en torno al teatro, detrás del cual se encontraba el templo de Atenea Nikéforos (la que lleva a la victoria), levantado en tiempos de Filaterio en orden dórico, y la biblioteca. La ciudad de Pérgamo estaba dedicada a la diosa Atenea, a imitación de las ciudades griegas importantes. Al lado norte de la acrópolis estaba el palacio real, muy simple, acompañado de un cuartel y un arsenal. Al lado sur se edificó el gran altar de Zeus, que dominaba el ágora.
 
A la izquierda, plano simplificado de las ruinas de la antigua ciudad de Pérgamo.
 
En este verdadero laberinto de terrazas y terraplenes que se producía, la calle tenía su lugar. La transformación sufrida con respecto a la calle griega tradicional es enorme. La calle tradicional casi siempre es un estrecho corredor carente de ornamentos. En Pérgamo, con las nuevas ideas, la calle se hace ancha, de hasta 20 metros, y mucho más larga y, al igual que las edificaciones, la calle también se integra no solo al paisaje sino también a las edificaciones. Así, las columnatas que rodean las terrazas se repiten y alargan por las calles principales. Y para romper con la monotonía que este sistema pudiera tener, se interrumpe alguna vez con puertas, arcos de triunfo, columnas con personajes, etc.
Los monarcas atálidas tuvieron la gran visión y ambición de convertir a Pérgamo en una ciudad de la categoría de Atenas en tiempos de Pericles. Y supieron conseguirlo.
La acrópolis de Pérgamo se encontraba en la ciudad alta, en la cima de la colina que le sirve de base. Aquí se encuentran las ruinas de algunos de los edificios más importantes que embellecieron a la ciudad en otro tiempo. (1) La biblioteca de Pérgamo fue muy famosa, la segunda en importancia en el mundo antiguo, solo superada por la Alejandría, y llegó a contar con hasta 200.000 volúmenes. (2) El teatro tenía capacidad para 10.000 personas. Cuenta con 69 peldaños que se extienden a lo largo de una pendiente que alcanza los 38 metros de altura. La parte baja da a una gran terraza que en tiempos lejanos estaba destinado al paseo. (3) el altar de Zeus se encontraba originalmente situado al sur del teatro. El altar fue erigido originalmente por Eumenes II y ocupaba una superficie aproximada de 36 por 34 metros, y se caracteriza por sus enormes escalinatas, sólidas columnas y un friso que representa la lucha entre los titanes y los dioses de la mitología griega. Luego de ocho años de excavaciones, que se extendieron entre 1878 y 1886, un tercio de dicho altar fue enviado por el sultán de Turquía a Berlín, Alemania, y posteriormente reconstruido en lo que más tarde llegaría a ser el Museo de Pérgamo. El gesto fue un reconocimiento a los grandes trabajos de excavación realizados por arqueólogos alemanes. (4) También están las ruinas que testimonian el emplazamiento de los palacios de Átalo I y de Eumenes II.
Las ruinas del Asclepeion, se encuentran a tres kilómetros y medio de la ciudad, hacia el poniente. Este templo, consagrado a Asclepios[3], el dios de la medicina, estaba decorado con un bajorrelieve con las serpientes que simbolizaban a Asclepios, fue fundado por el poeta Arquias, en agradecimiento a los ciudadanos que había recibido en Epidauro, Grecia. En este lugar se reunían los eruditos en medicina de esa época.
También funcionó como escuela de medicina. Galeno, quien había nacido en el año 131 muy cerca de este lugar, contribuyó en gran medida al engrandecimiento de este templo.[4]
A la izquierda, ruinas del Asclepeion, vistas desde los Propileos.
 
Cerca de allí se encontraba el templo al dios de la medicina Telesforo, hijo de Asclepio, lo mismo que Panacea e Higía.
La religiosidad de Pérgamo era importante para sus habitantes. Aparentemente, la adoración al dios Zeus se derivaría de la que se tributaba a una divinidad conocida en las fuentes hititas del II milenio precristiano como  Šiwšš, Šiušš o Shiushsh[5], un dios solar que fue el antecedente del Zeus griego.
En esta ciudad se inventó el pergamino. Según dice Plinio el Viejo, cuando la biblioteca de Pérgamo se hizo tan importante que rivalizó con la de Alejandría, el rey de Egipto, hacia 190 a. de J.C., prohibió la exportación del papiro, evidentemente con la intención de estorbar la producción bibliográfica que se dirigía a Pérgamo. Entonces, en Pérgamo se ideó utilizar el pergamino de cuero[6]. Esto podría significar simplemente que se popularizó un método ya existente de tratar pieles de animales para que pudiera escribirse sobre ambos lados. De esta manera, se pudo continuar con la producción bibliográfica centrada en la biblioteca de Pérgamo sin tener que depender de las exportaciones egipcias de papiro.
 
 
Asia Menor bajo los Griegos y los Romanos, reproducción parcial. The Historical Atlas, William R. Shepherd, 1923. Los puntos rojos corresponden a las ubicaciones de las siete Iglesias a las que el apóstol Juan dirige cartas. Los puntos amarillos corresponden a otras ciudades donde estuvo el apóstol Pablo o a ciudades con iglesias tempranamente documentadas o conocidas. Se ha señalado la ubicación de la isla de Patmos con un círculo de color amarillo también.
 
Pérgamo fue una ciudad cosmopolita, centro religioso, cultural y comercial. Es muy posible que el cristianismo llegara tempranamente a esta ciudad principal de Asia Menor, quizá si por celosos predicadores formados por el apóstol Pablo en otras ciudades de la provincia, como Éfeso, Tiatira, Sardes, Esmirna e incluso Filadelfia.
El glorificado Jesucristo elogia a la comunidad cristiana de Pérgamo por la constancia que ha mostrado en la persecución, y de la cual seguía dando pruebas. Dicha persecución había dejado un mártir, Antipas, de quien nada más se sabe. El Señor lo llama su testigo fiel, porque supo dar testimonio de él incluso enfrentado al peligro, y lo refrendó con su propia sangre.
La palabra griega μάρτυς, mártir, que significa testigo, designa a quienes dan testimonio de la fe cristiana en presencia de sus adversarios y enemigos y tiene, por lo tanto, el significado de testigo por la sangre, es decir, designa a alguien que da testimonio de la verdad y sella dicho testimonio con su propia sangre, como Yahoshúa ha-Mashíaj, quien derramó su alma (su sangre) hasta la mismísima muerte, en testimonio de la verdad.
La situación de la iglesia de Pérgamo es muy difícil debido a que en Pérgamo tiene su trono el Adversario. Muchos comentaristas ven en estas palabras una alusión al templo de Augusto y de Roma, que la asamblea de la provincia había mandado erigir en el año 29 a. de J.C. en lo más alto de la acrópolis. Esto se basa en que una de las principales causas de las persecuciones desatadas contra los cristianos en la provincia romana de Asia habría sido, precisamente, su resistencia a participar en el culto al emperador. Pero se puede objetar debido a que en ese tiempo el centro del culto al emperador en Asia no era Pérgamo, sino Éfeso. Otros han dicho que el trono de Satanás habría que identificarlo más bien con el templo de Asklepios, tanto más que el símbolo de este dios es la vara con la serpiente (que en las Escrituras es figura de Satanás), y que sus curaciones eran para los cristianos caricaturas diabólicas de los milagros de Cristo. Sin embargo, es posible que el trono de Satanás en Pérgamo fuera el enorme Altar de Zeus, construido en mármol blanquísimo. Y quizá la respuesta sea que todo lo anterior, toda la religiosidad que se practicaba en la ciudad y sus construcciones religiosas, fueran, en definitiva, el trono de Satanás.
Sin embargo, a pesar de su registro de fidelidad puesto de manifiesto, la congregación de Pérgamo recibe un reproche. Y es que tolera en su seno a un grupo de personas que profesan la doctrina de Balaam y a los nicolaítas. Esta designación metafórica alude a una herejía con innegables características de libertinaje y desenfreno moral. Éstos tienen su prototipo en Balaam y en el consejo que éste dio a Balac.[7]  De acuerdo a la explicación del relato bíblico que se conserva en los escritos de Filón de Alejandría[8] y de Flavio Josefo[9], el consejo de Balaam fue que las mujeres moabitas se entregaran a los israelitas, a condición de que éstos se convirtieran a sus dioses y participaran en sus comidas sagradas. A imitación de aquél, también los extraviados de la sana doctrina de Pérgamo intentan persuadir a los miembros de la comunidad cristiana de la ciudad a que participen de lo sacrificado a los dioses paganos[10] y a que se entreguen a la fornicación. En realidad, el grupo que urdió un sistema religioso semejante al consejo de Balaam, debió ser un grupo de personas que adoptaron ciertas especulaciones judeo-gnósticas, como aquellas que ya el apóstol Pablo se había visto obligado a denunciar y a combatir en sus cartas a las iglesias de Colosas y Éfesos, ambas de la misma provincia romana de Asia, y que fueron una avanzada o antesala de la gnosis que, surgida a fines del siglo I floreció en el siglo II.
Algunos autores consideran autor del movimiento de extravío de los nicolaítas a Nicolás, uno de los siete diáconos de la iglesia primitiva (Hechos 6:5), lo que es una suposición sin más fundamento que el alcance de nombre con el fundador o líder de los nicolaítas. Los nicolaítas (véase esta palabra en este Apéndice), en realidad, parecen haber sido la avanzada de los gnósticos, que tanto mal hicieron a la iglesia primitiva y cuyas enseñanzas la permearon finalmente, llevándola finalmente a la apostasía.
El Señor glorificado le dice a la comunidad de Pérgamo que no debe tolerar más ese desórden o, de lo contrario, vendrá pronto él mismo, en persona, y con la fuerza irresistible de la espada de su boca, lo que significará para ellos la condenación eterna.
Al que venciere se le promete una doble recompensa, porque le será dado a comer el maná escondico y una piedrita blanca con un nombre nuevo, quizá esto último alusión a que entre los griegos a quienes participaban en competiciones se les entregaba una tablilla blanca en la que estaba grabado su nombre.
 
 NOTAS:

[1] Otros autores lo llaman Filetaro o Filetairo. Filetero era macedonio, hijo de Átalo y Boa. Había servido a las órdenes de Antíco I Monoftalmos, general de Alejandro el Grande, y posteriormente fue nombrado comandante del área de Pérgamo por Lisímaco de Tracia, haciéndole responsable del tesoro que se guardó en la acrópolis. Su mandato como gobernador se extendió entre 283 y 263 a. de J.C., primero bajo Lisímaco y después de Seleuco I de Babilonia y Siria y por último como gobernante independiente. Nunca fue nombrado rey pero fue el originador de una dinastía que se extendió hasta el año 129 a. de J.C. con el rey Eumenes III.
[2] Estos invasores se instalarán finalmente en un área que, de ellos, se llamó Galatia o Galacia. A las iglesias establecidas en  esta provincia romana, el apóstol Pablo dirigió una muy interesante carta.
[3] Religiosamente hablando, el llamado Imperio hitita fue la tierra de los mil dioses. A sus divinidades propias, de origen indoeuropeo, los hititas fueron agregando las divinidades de los reinos o territorios que fueron sometiendo, e incluso las de imperios y reinos y áreas que jamás sometieron. Las primeras deidades incluidas en el panteón hitita, fuera de las propias, fueron las de las ciudades-estados asiánicos o hattitas, como Kaneš o Nesi, Hattussas, Zalp[uw]a, Purušatum; luego las deidades de Mesopotamia (Asiria, Sumer, Akkad), en seguida las de Hurri o Mitanni. Hubo una serie de procesos de identificación y/o asimilación y hasta de cambio de género de algunas divinidades, que de femeninas pasaron a ser masculinas cuando se las hititizó. La gran ampliación del panteón hitita que resultó en las estereotipadas listas de los tratados del Imperio parece haber ocurrido después del año 1400 a. de J. C., aproximadamente. Esta influencia vino directamente de Kizzuwatna, la amplia región que se extendía entre Siria y el Tauro, abarcando la mayor parte de la Cilicia clásica y varias áreas hasta las vecindades del Éufrates, y sólo muy generalmente provino de Siria, la cual fue el escenario de la mayoría de las conquistas de Suppiluliuma en este tiempo. Kizzuwatna, con su capital en la ciudad de Kummanni (la posterior Comana Cappadociae clásica), fue un país donde ocurrió una extensa mezcla y amalgama de diversos elementos culturales y étnicos de origen luwita y hurrita, y fue de Kizzuwatna que los hititas importaron una gran cantidad de rituales, mayormente mágicos, y que fueron, típicamente, ejecutados o realizados por las llamadas "Ancianas [Mujeres Viejas]". Los rituales luwitas, especialmente aquellos de Hupesna, Istanuwa y Lallupiya, contienen algunos nombres de deidades, pero, en su mayoría, parece ser que tales divinidades jamás fueron integradas en el panteón hitita. Las excepciones corresponden a Yarri o Yarriš y a Santa, Sanda o Šanta, ambos dioses de la guerra y de la pestilencia, cuya arma era el arco, y Tiwat, el dios del Sol. Yarriš es el Bel-qašti, el Señor del Arco, y un regular ayudador de Muršiliš II de Hattussas, a quien se suele conectar con el mesopotámico Erra y con Apolo como arquero. Yarri aparece en el ritual luwita de Ištanuwa, así como también en un ritual luwita que parece corresponder a un más bien mezclado panteón. Santa,  disimulado bajo el logograma de Marduk, el dios tutelar de la ciudad de Babilonia y que aparece entre las divinidades atestiguantes en el tratado entre Suppiluliuma y Hukkana, ha sido equiparado con el Herakles griego y el Hércules del mundo romano. El grupo de divinidades cuyos nombres contienen el elemento lingüístico-gramatical -sipa, a saber, Kamrusepa, Askasipa, Ispanzasipa, Huriyanzipa, Hilanzipa, Hantasipa, Miyatanzipa, Suwanzipa y Tarsanzipa (que probablemente deba leerse como "Hassanzipa"), probablemente debieran ser considerados luwitas en su origen. De ellos, empero, solamente Kamrusepa, una patrona benéfica de la salud y la magia, tuvo una personalidad reconocible.  El sufijo -sipa, en realidad, creó en los lenguajes hablados durante el II Milenio a. de J.C. en Anatolia adjetivos accesorios,  que no corresponden al hitita ni al luwita, aunque algunos eruditos consideran que -sipa significa "espíritu", "demonio", aproximadamente lo mismo que šipa-, denotando un mal o síntoma. Kamrusepa y Askasepa están entre las deidades celebradas por "el Cantor de Kaneš", pero no están atestiguadas en los textos asirios del período antiguo ni en los del Reino Antiguo, en tanto que Kamrusepa  aparece muy prominentemente en textos luwitas o kizzuwatnios. Por otra parte, Hilanzipa  pertenece al panteón de los palaítas, y el primer elemento de la mayoría de esos nombres es de origen hitita: aška- (puerta), išpani- (noche), hila- (patio; pórtico), y así por el estilo. De Kaneš, en la ribera meridional del río Marassantiya (el Halys clásico), donde el sustrato fue, por mucho, puramente asiánico (hattita), y del territorio luwita están atestiguados otros grupos de divinidades. El Cantor de Kaneš de los rituales hititas celebra notablemente a una diosa de la salud, llamada Kamrusepa (llamada Kattahzipuri en lengua hattita); a Pirwa, asociado con el caballo; y a Askasepa, nombre que algunos traducen por príncipe de los genios y otros por espíritu de la puerta. Los dioses de este grupo se hallan en los nombres teóforos que se han conservado en las tablillas desenterradas en Kültepe, tal como las deidades luwitas aparecen en un contexto similarmente comparable en antropónimos de la Anatolia meridional hasta en los tiempos clásicos. Askasepa, que en el panteón hattita e hitita es una divinidad femenina, sería traspasada al mundo griego a través de las poblaciones de la costa anatólica occidental en la forma de una divinidad masculina, Asklepios, el Esculapio romano, dios de la medicina y de la salud.
[4] Galeno estudió en Alejandría y más tarde fue médico de los gladiadores y posteriormente fue médico del emperador Marco Aurelio Antonino, en el año 162.
[5] Anittaš de Neša (ciudad ubicada cerca de la actual Kayserie, en la Turquía oriental) y Kussara (ciudad aún no identificada que fue uno de los primeros reinos “hititas”), es una figura histórica mencionada en documentos contemporáneos al que se ha considerado el primer fundador del reino de los hititas anatólicos. El capturó la ciudad-estado de Hatti (ciudad antigua, de población asiánica o hatita, que existió en el sitio de la actual población turca de Boghas-köy, en el centro de Anatolia) y la declaró maldita. En este documento real se encuentra no solamente al dios del Sol y al dios de la Tormenta sino que también a otras divinidades de considerable interés, como Halmasuit, la diosa del Trono, y un dios que es llamado simplemente Šiuš-šummiš, aparentemente queriendo decir Nuestro Dios. El dios de la Tormenta, denotado como dIŠKUR-unnaš, era el protector supremo de Anittaš y su padre y garante de la maldición sobre Hatti. Anittaš construyó templos en Kaneš para el dios de la Tempestad y para Šiuš-šummiš, cuya estatua o imagen sagrada de Kaneš había sido llevada como parte del botín por los guerreros de Zalpa, imagen que fue recobrada por Anittaš. Claramente, "Nuestro Dios" era, de una forma especial, el dios de Kaneš. De este dios se dice que entregó la ciudad de Hatti en manos de Anittaš, aunque el texto sustituye el nombre de Anittaš con el de Halmasuit, la diosa-Trono. Ella es, evidentemente, el trono mismo deificado, simbolizando el oficio real, concepto que en la actualidad equivaldría a "la Corona". Sobre la verdadera identidad de Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios", el editor del texto de Anittaš, E. Neu, ha dedicado una larga discusión a esta cuestión. El sustantivo šiuš es bien conocido en los posteriores documentos en lengua hitita como la palabra general para dios, relacionada con el indoeuropeo *dieus, ["cielo"], que corresponde al griego Zeus, al latín dies, deus, y que proviene de una raíz que significa "brillar", "resplandecer", "iluminar". El Dr. Neu y, simultánea pero independientemente, la señora S. R. Bin-Nun, han dedicado mucha atención a la correspondencia entre éste y otros textos hititas antiguos, como, por ejemplo, el ritual para la erección de un nuevo palacio, con respecto a las deidades mencionadas: en uno, el dios de las Tormentas, la diosa del Trono y Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios"; en el otro, el dios de las Tormentas, la diosa del Trono y el dios del Sol. El pasaje en el ritual, dice: "A mí, el rey, han los dioses —el dios del Sol y el dios de la Tempestad— confiado la tierra y mi casa. Yo, el rey, gobernaré sobre la tierra y mi casa. [...] A mí, el rey, la diosa del Trono ha traído desde el mar el poder y el carro." En este intrigante texto nuevamente se ve que había memoria de que el rey había venido de un lugar cuando menos cercano al mar para recibir el reino de Hatti, con la diosa-Trono actuando como agente para los dos grandes dioses. Ciertamente, la diosa del Trono desempeñó un destacado rol en este texto. Ella se dirige al rey como su "amigo", luego de que ella tuvo que ir "al otro lado de las montañas" y  éste le cuida sus dominios. Puesto que su nombre, Halmasuit, es puramente hatita, hasta podría representar al rey del reino original "junto al mar". Su prominencia aquí debe seguramente significar que el rey se había apoderado de un reino hatita y de un trono hatita pero que deseaba mantener a sus nuevos súbditos a distancia. Su asociación en estos textos con el dios del Sol y con el dios de la Tormenta han llevado al Dr. Neu y a la señora Bin-Nun a la conclusión de que el Šiuš-šummiš, "Nuestro Dios", de los textos de Anittaš debió ser en realidad el dios del Sol, traduciéndolo como "Nuestro dios Siu", nombre que es otro cognato del nombre griego Zeus, el "dios de la luz celestial". Que Anittaš lo llamara "nuestro Siu" podría significar que él se identificó a sí mismo muy estrechamente con la ciudad de Kaneš, ciudad que él había heredado de su padre, Pithana (también, Pithanaš, o Pitkhanaš), el primer caudillo "hitita" de quien se tiene noticias bastante seguras. El posterior Ištanus, dios del Sol,  podría representar a este antiguo dios indoeuropeo bajo un nuevo nombre, adoptado y adaptado de la diosa nativa Eštan por la adición de una raíz vocal y una terminación hitita. Cuando esto ocurrió, de acuerdo a este enunciado, el antiguo nombre Šiuš fue generalizado en la lengua hitita como una palabra para "dios", aunque en luwita y en palaíta haya permanecido en las formas relacionadas Tiwaz y Tiyaz, como el nombre del dios-Sol. Quizá sea hasta paradojal el que Zeus, el Tronador [Terpikéraunos] pudiera haber aparecido en el panteón hitita no como un dios de las Tempestades [dIŠKUR) sino como un dios del Sol [dUTU]. Sin embargo, la temprana sugerencia hecha por J. G. Macqueen en cuanto a que la escritura dIŠKUR-unna representa šiuna-2 no puede ser sustentada por más tiempo, si es que alguna vez se la pudo tomar en serio, ya que, de un lado, E. Laroche ha demostrado que el nombre del dios de las Tempestades en hitita era Tarhu-, con una forma Tarhunna-3, y, por otro lado, el doctor Neu ha establecido la temprana forma del nominativo como šiuš, con šiunaš como genitivo solamente. Es un hecho indiscutible el que la base *dieus (con el sufijo -att-) produce el nombre del dios-Sol en luwita y en palaíta. Tal vez, entonces, es posible que así también le haya ocurrido a la raíz simple en hitita. Si esta tesis es acertada, hallaríase a los primeros reyes hititas venerando al antiguo dios del Cielo de los indoeuropeos, ahora considerado como un dios del Sol, bajo el nombre Šiuš (que resulta del todo idéntico al Zeus griego), y a un dios de las Tormentas que sería el nativo Taru hatita, pero bajo el nuevo nombre de Tarhunna.
[6] La palabra castellana pergamino viene del latín pergamena.
[7] Números 22.24; 31:16.
[8] De vita Moysis, Filón de Alejandría, I, 294 y siguientes.
[9] Antigüedades Judaicas, Flavio Josefo, IV, 6, 126 y siguientes.
[10] Hechos 15:20-29; 1 Corintios 8:7-13; 10:20-30.